Es septiembre, el mes de las primeras reuniones generales con las familias en los centros escolares. En algunos podrían hacerse alrededor de una mesa por la escasa asistencia. Si cada cosa estuviera en su sitio, si las cosas costasen según su valor, tendríamos que colgar el cartel de "No hay entradas", como en los conciertos de Maluma o en los partidos de fútbol. No corremos ese peligro. Por desgracia. No tenemos tanto tirón. Esta desidia por la educación llega a su culmen en las elecciones a los consejos escolares que, por cierto, este año tocan. Los porcentajes de participación son vergonzosos.

La motivación externa de un docente procede de tres sectores: la Administración, los padres y los alumnos. En el primero, está claro que hace ya muchos años que las consejerías de Educación y el propio Ministerio perdieron el rumbo; es lo malo que tiene no contar con el profesorado para legislar y meter en los puestos más altos a profesionales que pueden ser eminencias en sus especialidades, pero que en educación rozan la ineptitud.

En el actual sistema educativo, la burocracia lo invade todo. Incluso podría decirse que es más importante que el propio aprendizaje. Y mil veces más importante que el propio docente. Tristemente esto ya lo he escrito varias veces y comenzando el nuevo curso, puedo decirles que como decía el mago: "A peor la mejoría".

En lo que respecta a los padres, poco se puede decir. La motivación que transmiten a los docentes -con honrosísimas excepciones- es casi nula. Los padres desautorizan a los profesores frente a sus hijos, cuestionan sus decisiones y se quejan de las vacaciones que tienen. También se manifiestan para reclamar más horas de clase, pero no exigen a las empresas que les den más horas para conciliar la vida familiar con sus hijos. No quieren verlos ni en pintura.

La dejación que muchos hacen de sus responsabilidades genera hijos sin normas, egoístas, egocéntricos, violentos y con baja resistencia a la frustración, pero eso sí, con una gran inclinación al uso enfermizo de las tecnologías, al alcohol y a las drogas, y que luego nos reclaman para que lo solucionemos en la escuela.

Con esas características, llegan al aula infinidad de alumnos a diario. A veces, llegan incluso sin dormir, porque tienen ordenador, móvil o "tablet" en su habitación, y se pasan las noches enteras jugando, chateando, "istagrameando" o acosando a otros.

En cuanto a los alumnos, aparte de cansados, llegan sin ganas de pensar, y su actitud es de tal inactividad y tal falta de interés que terminan con la poca motivación que le ha quedado al docente después de pasar miles de estándares de aprendizaje al ordenador y de haber sido ninguneado por algún padre -o algún alumno- a la puerta del instituto.

Es cierto que los docentes debemos intentar encontrar esa motivación muchas veces oculta en algunos alumnos. Es parte del propio proceso de enseñanza. Pero no es la única ni la más importante finalidad. Mayoritariamente, los alumnos deberían llegar a los centros educativos motivados de casa. Nadie les motiva para seguir, por ejemplo, a tal o cual youtubero; un youtubero, por cierto, que -gracias a esos jóvenes tan desmotivados para el estudio-, cobra por hacer chorradas en un mes lo que todos los profesores de un instituto en un año. Por eso, no estaría de más que la Administración, los padres y los alumnos reconociesen el enorme mérito de los docentes por intentar contrarrestar toda la basura espiritual y ética que los menores reciben de la sociedad en general y de algunos padres en particular y, aunque no los motivasen, les mostrasen, al menos, "un poco de jodido respeto".

En fin, maestros y profesores, como dice "mi profe de cabecera" Toni García Arias -aunque nadie cuente con vosotros-, vosotros sois la única solución de la educación en nuestro país, tirad lo que no sirve para nada y seguid luchando contra todo, porque lo único realmente importante son esos ojos que cada mañana os miran detrás del pupitre. Esos pueden con todo. O casi. Pero no para todos, por desgracia.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es