A ambos se les acumulan recuerdos y vivencias. Por momentos, incluso de manera atropellada, intercambian críticas hacia quienes "los tiraron con las luces de las viviendas, y poco más". Pero, en el fondo, sienten mucho orgullo por haber sido de los primeros que habitaron Añaza.

Miguelina de la Rosa (77 años) y Mauro Figueroa (67) son dos de los alrededor de 300 vecinos que, allá por el año 1989, emprendieron una nueva vida en una zona del litoral de Santa Cruz por aquel entonces muy destartalada.

Allí llegaron, una procedente del barrio de La Salud y otro del barrio de Buenavista. Ellos formaron parte de aquel grupo de ciudadanos que habitaron los tres primeros bloques de viviendas que se construyeron en el barrio y que aún mantienen su color original: el azul, el amarillo y el rojo-rosado.

Para quienes solo conozcan Añaza como es en la actualidad, los tres edificios que están más cerca de la costa, en el entorno del campo de fútbol.

Por resumir lo que se encontraron al llegar, además de la luz en las viviendas y las llaves de estas, como relatan, lo que luego se convertiría en el populoso barrio de Añaza solo eran "fincas de tomateras, lagartos y tuneras".

No disponían de servicio de recogida de residuos ni, mucho menos, de transporte público. Así, la basura la quemaban cerca de la costa, y para desplazarse lo hacían a pie, en la mayoría de ocasiones.

Fue en ese contexto, en el que muchos de los primeros pobladores de Añaza llegaron "con una mano delante y otra detrás", en el que se comenzó a fraguar la asociación de vecinos 8 de Marzo, a la que más tarde daría relevancia Luis Celso García Guadalupe.

Miguelina y Mauro fueron de los fundadores de ese colectivo. "Las primeras reuniones las hicimos debajo de una lona, con cuatro maderas sosteniéndola", recuerda esta vecina. "A los tres o cuatro meses de estar aquí decidimos que había que hacer algo. Aquí no había nada", añade.

La solución la dio el propio García, que ya tenía experiencia por su activismo en el barrio de la Cepsa: había que crear una asociación de vecinos. Y así se hizo. Se registró en la calle La Marina y la presidió Carlos Gómez. Miguelina y Mauro ejercieron de vocales. Así arrancó 8 de Marzo.

Esa unidad de muchos de los vecinos sirvió para que la Añaza que emergía diera los primeros pasos como barrio. Una de las actuaciones que se hicieron, y que aún recuerdan, fue una cruz de madera realizada con materiales recogidos por el barrio.

Como anécdota, mencionan el rescate de un pescador de Taco que, mientras elaboraban la cruz, pidió auxilio desde la costa por el hundimiento de su barco. Carlos el Fontanero se tiró a rescatarlo.

En esos inicios, la solidaridad era el motor que movía a los vecinos, sobre todo de la mujeres, "que fueron las que más se movieron", destaca Mauro. Con todo, siempre había quien prefería "cerrar la cortinilla" cuando se convocaba para las asambleas de la asociación a través de un megáfono.

Entre esas mujeres solidarias estaba Miguelina, madre de seis hijos. Lo mismo hacía de asistenta social que de enfermera. Su experiencia en el hospital le servía tanto para poner inyecciones como para ir casa por casa para conocer las necesidades de cada uno.

Así, repartía ropa y otros recursos de primera necesidad que traía gente de Santa Cruz o que donaban las monjas de la calle La Noria. Es más, se llegó incluso a enviar material -ropa y electrodomésticos- a Cuba a través de barcos como el "Tania", que llegaban al puerto de la capital para reparaciones.

Según detalla Mauro, salían de noche desde Añaza en el furgón de Pepe "el bizco", en el que también viajaban otros como Antonio Meseguer, el Fidel Castro del Carnaval. Normalmente, se trataba de electrodomésticos averiados que los cubanos reparaban en el muelle.

Fue esa unidad y el trabajo de la asociación 8 de Marzo la que trajo al barrio también el campo de fútbol, "gracias a las gestiones de Carlos Gómez con la parte de ICAN en el Gobierno canario", enfatiza Mauro Figueroa.

De hecho, asegura que fueron él, Jaime y Sebastián los fundadores del equipo de fútbol de Añaza, que jugó sus primeros partidos en el campo de fútbol de Santa María del Mar, al que acudían caminando. "El equipaje nos los prestaba el Cuesta de Piedra", señala.

"Lo mejor de la asociación es que llevábamos el problema y la solución", puntualiza Mauro. "Manuel Hermoso -exalcalde de Santa Cruz- nos valoraba eso. Le gustaba debatir con nosotros", asegura.

De esa época queda también la construcción de la iglesia, que apoyaron con firmeza, pese a no ser muy creyentes. Gran parte de la financiación se logró con la venta de un vídeo de la llegada de la Virgen de Candelaria. En la construcción participaron presos de permiso a los que, gracias a la mediación de Luis Celso, se les ayudó por esta vía a reinsertarse en la sociedad.

Y otro tanto ocurrió con el colegio que lleva el nombre de Secundino Delgado y que evitó que los niños de Añaza tuvieran que acudir a clase a El Tablero. "Para acelerar su apertura, los familiares tuvieron que cargar los materiales. Al final lo dejamos nuevito", recalca Figueroa.

Todo ese trabajo, resumido ahora en pocas líneas, ha sido la razón por la que la asociación sociocultural Luis Celso García Guadalupe, que preside Samuel García, rendirá homenaje a estos dos vecinos de Añaza.

Lo hará en la segunda edición de "En el nombre de Luis Celso", un acto que tendrá lugar el 13 de octubre en el Hotel Escuela de Santa Cruz. "Han hecho una gran labor social y de convivencia. El barrio ha crecido gracias a ellos", valora García.

Junto a ellos, el colectivo reconocerá también la labor de otras asociaciones y particulares.