Solemos mirar a los políticos para responsabilizarlos de los problemas de la sociedad. Sin embargo, aquí aparece una crisis de base, en un sector que ha tenido apoyo económico, en unos casos para mejoras, bien sea espalderas, red de riego, bodegas, incorporación de profesionales, en la enología, con mejoras importantes en los vinos, además de ayudas económicas por ha cultivada (si bien, en este último aspecto, solo las reciben unas 4000 ha, es decir, aproximadamente la mitad de las ha cultivadas).

¿Alejamiento entre agricultor y campesino?

El vino ha sido una referencia básica en la sociedad, desde la misa a los rituales de las elites o el consumo por los menos afortunados. La bodega familiar y el pedazo de viña era básica en los secanos pobres, como complemento que hacía productivos los suelos más ásperos, sobre todo conos volcánicos y coladas lávicas poco evolucionadas.

La crisis la hemos fabricado entre todos, en alegato que el campo es duro y mal pagado, que no hay vacaciones, que las prestaciones sociales son peores, no admiten discusión. Sin embargo, ahora abandonamos la viña cuando menos esfuerzo requiere, como agricultura a tiempo parcial, con mejoras que hacen menos exigente el trabajo, caso de Lanzarote, La Palma, el norte de Tenerife, etc., y nos apuntamos en los deportes, y con horas de entrenamiento y esfuerzo, recorriendo montañas y barrancos, en otros casos cogemos olas, nos enfrentamos con montañas de mar. No digamos las horas que ponemos en las máquinas, bien sean de cuatro ruedas, o de pantalla plana, juegos que dañan la convivencia entre las personas, y de estas con la naturaleza que ahora queremos equilibrar corriendo por caminos de un campo sin campesinos.

Estamos ante una crisis económico-cultural con la tierra, con la cultura, con el medio ambiente, con el estómago, ignorando el entorno y la relación que tenemos como pueblo con el territorio, importando cada día más de 40 frigos de 20 toneladas de comida para las Islas, mientras el rabo de gato cubre las tierras del sur de La Palma. O no digamos cómo nuestros pueblos están rodeados de zarzas y maleza en las medianías de cinco islas, esperando que el fuego lo apaguen los drones, ya que el campo está huérfano de campesinos.

La sociedad urbana tampoco es solidaria con los campesinos, no demandamos productos de la tierra porque "son más caros". Miramos con la luz corta, comiendo en muchos casos excedente en una especie de vertedero en Canarias, como las papas a 0,20? ¿dumping social? ¿Qué decir de que una botella de vino producida en las Islas valga 11? en la bodega y cueste 60? en un hotel de la misma tierra?

¿Hay solidaridad con el campo? Es verdad que en los lineales del supermercado, los vinos de importación compiten mejor por su precio asequible que los canarios, pero hay que entender que nuestros vinos cuestan más porque valen más, ya que mantienen una sociedad, una cultura y un paisaje sin maleza, lo que protege frente a los incendios, hace productivas zonas con dificultades para otros cultivos, genera puestos de trabajo y crea un valor añadido, aportando unos productos únicos tanto para propios como extraños.

Leamos lo que ocurre en la Venezuela que fue saudí, cuando los llamaban en Miami los "indios baratos", ahora a este país solo lo podemos comparar con Somalia. No sembraron el petróleo, nosotros tampoco sembramos el turismo.

La viña requiere una cultura que mire para dentro, que dignifique la relación del hombre con naturaleza, el esfuerzo y el trabajo, en una lectura de un paisaje y un paisanaje. Una cultura con el territorio y su gente que ahora venden y trafican unos vendedores de humo, vía wifi. Una cultura que es mucho más que de usar y tirar y unos supuestos derechos sin obligaciones.

La rentabilidad media en horas nos empobrece como pueblo que plantaba árboles para la próxima generación. Cuando éramos pobres.