No dudó en combatir a los que presumen de llevar anclado un lazo amarillo junto a sus corazones, a los que creen que el único propósito de España es fastidiar sus vidas -él lo expresó con una larga lista de tacos bien hilados-, a los que lo ven como un infiltrado en el territorio en el que maduró su memoria... Reminiscencias de su existencia. Esa fue la ruta que siguió la primera función de "El sermón del bufón" en el teatro Guimerá. Una exquisita lección antropológica impartida por un "canalla" al que le sobra talento.

Albert Boadella habló de forma cristalina a un público que sermoneó durante 95 minutos. Contó cosas que se remontaron a su militancia en Els Joglars, a los años en los que jugó al escondite en suelo francés, a la nefasta impresión que se llevó en su primer cara a cara con el Jordi Puyol banquero, no el presidente de una comunidad a la que quiere de una forma extraña. Y es que el amor que siente por Cataluña no está bajo sospecha. De lo que sí duda el presidente en el exilio de Tabarnia es de la espiral destructiva que moldearon sus gestores desde el día que tuvo aquella funesta cita con el honorable.

En realidad, Albert solo quería renegociar el pago de unas facturas que su compañía de teatro tenía pendientes con el mandamás de un banco que llegó a lo más alto. Boadella incidió en el trascendental hecho de que aquella fuera la semilla de un movimiento que ha alcanzado unos niveles esperpénticos en torno a la figura de Carles Puigdemont. Eso sí, dio a entender que ese caos aún es mejorable.

Cada frase que pronunciaba era un dardo más que se clavaba en el corazón del independentismo; reproches que él dividió en base a lo que pensaban Albert y Boadella. Un único cuerpo -en fases del espectáculo su verso fácil se mezcló con una expresión corporal de alta escuela y unas melodías clásicas que dejaron ver sobre la tarima la profundidad de un ser que desprende sabiduría- del que emergieron el niño que un día vio cómo un juguete acababa en el interior de un pozo para el resto de sus días, y un adulto más calculador pero con algo más de mala leche.

A partir de una austera y oscura puesta en escena -un púlpito, un pozo y una gran pantalla- desenredó unas ocurrencias que los asistentes obsequiaron, primero, con unas tímidas sonrisas y aplausos casi insonoros. La recompensa llegó al final, justo cuando una vez más quedó confirmado que Boadella es un catalán distinto -en un fragmento de la función una voz compara su calado humano con Dalí y Gaudí-, un ser que ha decidido vivir sin fronteras. Todo lo que pasa en "El sermón del bufón", que hoy se vuelve a programar en el Guimerá a las 20:30 horas, destila un halo de libertad que él maneja a partir de una verdad personal a la que no le faltan enemigos, tampoco aliados que saben reconocer la presencia de un genio.