Dicen los viejos sabios del periodismo que lo que cambian son las formas de comunicarnos, pero que la información vivirá para siempre. Claro que lo mismo se dice del amor verdadero. Y como bien sabemos no es cierto. El amor no dura para siempre. Y el amor verdadero es un oxímoron, excepto si es el amor propio.

Los medios de comunicación están viviendo su propio apocalipsis. Internet es una poderosa bomba de neutrones que lleva camino de borrar a los periodistas de la comunicación. Los expertos aseguran que al igual que ocurre con los alimentos, los que demandan información quieren consumir productos fiables y que por eso las editoras de periódicos, las radios y las televisiones seguirán existiendo como gestores de contenidos informativos. Pero también es falso.

La gente consume información de la misma forma que quiere ver películas o leer libros: gratis total. Las redes se han convertido en un proveedor de contenidos a coste cero. Millones de ciudadanos se consideran con el derecho inalienable a disponer del trabajo de otros por la cara. Y además lo hacen. No importa que en la comunicación haya eso que se llama ruido. Por cada noticia veraz, las redes transmiten cientos de falsedades. Pero no es relevante. Las fotos de una inundación o un incendio o una catástrofe suelen colgarse en las redes junto a testimonios gráficos que corresponden a otros sucesos anteriores o que son simplemente espectaculares montajes, como un tiburón nadando en las aguas inundadas de una autopista de Houston, en Estados Unidos. Era más falsa que una moneda de tres euros, pero dio la vuelta al mundo pasando de móvil en móvil. Porque lo importante no es que fuera falsa, sino la posibilidad de que fuera verdad.

El negocio de la veracidad está de capa caída. Las empresas han perdido los recursos de financiación del mercado privado y viven de la publicidad institucional, lo que las ha vuelto vulnerables a los deseos de cada vez menos clientes -y además políticos- que en la medida de sus posibilidades aprietan las tuercas sobre los díscolos profesionales. El éxito de las redes sociales, el reino de la síntesis escandalosa, simplista y ferozmente anónima, ha servido de estímulo para un periodismo de urgencias, cada vez más parecido a su odiada némesis. Las noticias se escriben a vuelapluma, casi sin tiempo, con escasas fuentes y nulo reposo. Los titulares se frivolizan y los textos se adelgazan, porque como la gente no quiere leer se supone que debes explicarle la Mecánica Cuántica en el reverso de un sello de correos y que sobre espacio para escribir "El Quijote". Todo es precario, atrabiliario y agónico. La mentefactura ha sido sustituida por la mano de obra barata. Los profesionales de la información en casi todas las empresas del país están peor pagados que nunca y abundan, como en la calle, los mileuristas.

Esto es lo que hay y no parece que mejore. Antes, decían los escépticos, los periódicos servían para envolver el bocadillo al final del día. Hoy la gente come en McDonald''s y el sibaritismo se ha convertido en un territorio para una selecta minoría de pudientes.

La deriva de los medios, además, consiste en establecer una línea informativa que a veces se mezcla con la editorial. Se dirigen a sus lectores buscando pescar en las preferencias ideológicas. La derecha o la izquierda ya no son tendencias, sino púlpitos que infectan la interpretación de las noticias desde el sesgo de la posición política de cada uno, lo que nos acerca cada vez más al panfleto. El periodismo de precisión ha sido sustituido por las urgencias del periodismo de interpretación, que no es más que la visión del mundo a través del filtro del cristal con que se mira. No existe ningún género -desde la entrevista al reportaje- que no esté contaminado por la renuncia a la neutralidad como un equipaje innecesario y molesto en la exposición de la realidad.

Y lo peor de todo es que las decrecientes audiencias están muy felices con esa deriva.

La gente escoge el canal de televisión o de radio o el papel que traduce la realidad a la medida de sus ideas preconcebidas sobre las cosas. Ya no escribimos o hablamos en libertad sobre lo que ocurre: ofrecemos la versión que nuestros pocos fieles seguidores quieren ver, escuchar o leer. Y en esta baraúnda, en este tiroteo confuso, cualquiera puede ser la víctima propiciatoria de una bala perdida, una conversación grabada, una frase desafortunada que se convierte en lápida. Pan y circo. Un circo donde lo que agrada a los consumidores de información, aún supervivientes, es el escándalo y las víctimas. Sangre y lágrimas, porque el espectáculo debe continuar.