Los premios sirven para reconocer públicamente la excelencia, para intentar que imitemos las mejores conductas. Con esa intención nació el Premio de Arquitectura Manuel de Oraá y Arcocha, galardón bienal que distinguía las mejores obras arquitectónicas acabadas en Canarias, sirviendo durante muchos años para promover y difundir los ejemplos más destacados de la arquitectura realizada en las Islas.

En 2005, no fue solo la crisis económica la que acabó con este galardón, primero fue otra crisis, entre los propios Colegios de Arquitectos, especialmente la pelea insistente del Colegio de Arquitectos de Las Palmas de Gran Canaria contra el de Tenerife. El premio saltó por los aires, luego el colegio se desmembró y dividió hasta quedar hecho pedazos. Para rematar la situación, la cruel crisis económica dejó absolutamente a los pies de los caballos a los arquitectos y arquitectas de Canarias y en aquellos momentos tan duros su institución colegial desapareció casi literalmente. Fueron los años más duros de la profesión que se recuerdan en las islas.

Las aguas, poco a poco, vuelven siempre a su cauce, después de la tormenta siempre viene la calma, y el viernes 5 de octubre pasado retomamos una tradición y volvimos a vivir una jornada extraordinaria en el Colegio de Arquitectos de Tenerife con la recuperación del Premio Oraá. Aún quedan muchos retos y desafíos por retomar, muchas batallas que dar en la sociedad para conseguir que las instituciones y privados respeten y valoren el papel de los buenos arquitectos. Puede que aún quede mucho dolor que olvidar, pero los premios Oraá han vuelto a su casa, han vuelto al espléndido edificio de Saavedra y Díaz Llanos que los vio nacer.

Este año de 2018 y 12 años después de su desaparición, los Premios Oraá resurgen de sus cenizas y analizan las mejores obras de los últimos diez años en la isla de Tenerife. Las propuestas fueron muchas, los finalistas maravillosos y los premiados un ejemplo de constancia, de adaptación, de brillantez.

Muchas de las obras premiadas vienen de otra época histórica, de la época en la que en la política de esta isla coincidieron varias personas que impulsaban la arquitectura, y muchos de esto premios vienen de encargos de entonces: el TEA, la Plaza de España de Santa Cruz de Tenerife, el Museo de la Naturaleza y el Hombre, se deben al impuso del presidente Adán Martín, sin él esos tres fabulosos lugares no existirían tal y como son ahora.

Además de los anteriores premios el Manuel de Oráa se otorgó este año, entre otras obras, a la Facultad de Bellas Artes, a la Plaza de España de Adeje y al Círculo de Bellas Artes con unos clientes detrás que apostaron en épocas difíciles por la buena arquitectura contra viento y marea. Como verán les hablo de grandes y pequeñas obras, pues, por ejemplo, el Círculo fue una mínima obra de intervención para hacer accesible para todos un espacio que no lo era, y también se premió una pequeña casa del arquitecto emergente Alejandro Beautell.

Quién le iba a decir a Manuel de Oraá, que llegó a las islas en 1847 a la edad de 25 años, y prestigió la arquitectura y el urbanismo, que íbamos a premiar con su nombre a la resistencia, la paciencia, la coherencia de los premiados, de personas que superaron la crisis a base de esfuerzo, como Virgilio Gutiérrez, GPY, Cabrera y Febles, y Fernando Menis entre otros.

Eché de menos un elogio a los clientes, que también sufrieron lo suyo, y una apuesta por los arquitectos más jóvenes, los que más sufrieron la crisis, que no es solo del Colegio de quien está en manos, sino de los ayuntamientos, cabildos y Gobierno. Muchos de los premiados de 2018 salieron a la luz y tuvieron sus primeras oportunidades gracias a los grandes concursos de ideas que se convocaron en Canarias durante las primeras décadas de la democracia. Esos concursos están desaparecidos en la actualidad y, sin embargo, sin ellos no tendremos una próxima generación de arquitectos y arquitectas jóvenes. Ese también es un nuevo reto.