Siete nuevos nombres se unieron a los doce que, liderados por Calixto I -decimosexto obispo de Roma martirizado en el año 222-, ocuparon el santoral del día 14 de octubre hasta este pasado domingo, tras la ceremonia de canonización en el Sínodo de los Obispos para los Jóvenes.

Entre los beatos elegidos figuran dos personalidades eximias del siglo XX: Giovanni Battista Montini (1897-1978) y Oscar Arnulfo Romero (1917-1980). Con ellos, el cura Vincenzo Romano y Francesco Spinelli, fundador de las Adoratrices del Santísimo Sacramento; las monjas María Katharina Kasper, inspiradora de las Pobres Siervas de Jesucristo, y la madrileña Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús, de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, primera santa boliviana; y el joven Nunzio Sulprizio (1917-1836), víctima de la injusticia y el maltrato, referente de fe y milagros chicos en su aldea de los Abruzzos.

Muerto tras quince años de papado, Pablo VI usó talento y paciencia frente a los obispos dogmáticos y renovadores y salvó el Concilio Vaticano II, el mayor logro del catolicismo del último milenio. Asumió el legado del bondadoso Juan XXIII y quemó su vida en la actualización eclesial y el ecumenismo contra los integristas del Colegio Cardenalicio y las órdenes reaccionarias que luchaban por colocar a sus fundadores en los almanaques. En el otro frente, poderosos sectores laicos criticaron su Humanae Vitae, encíclica contra la corriente anticonceptiva. Pidió ser inhumado en la tierra y su reivindicación fue una de las sorpresas que traj0o bajo el brazo el pontífice argentino.

Karol Wojtyla desoyó sus denuncias del terrorismo de Estado y el arzobispo Oscar Romero fue asesinado por sicarios contratados por la derecha que sostenía a la dictadura de El Salvador; tiroteado el 24 de marzo de 1980, mientras oficiaba la misa en su catedral, y hasta diez años después no se inició la causa de canonización. En 2015 -y también por Jorge Bergoglio- se le reconoció como "mártir de la Iglesia"; y ahora, en medio del júbilo de sus compatriotas, está en el protagonista de su historia civil y como abnegado paladín de los derechos humanos y de la igualdad evangélica a la que consagró su vida. San Romero de América, como le llaman, ya es una bandera para los sacerdotes progresistas del Nuevo Mundo.