Tengo que reconocer que al no ser padre quizás no tengo ni puñetera idea de cómo manejarme con la infinita tecnología con la que se distraen los niños y los jóvenes. No soy un nativo digital, soy un analfabeto digital. Hoy existe un mundo multimillonario que se denomina eSports, un universo donde la palabra deporte va unida a cualquier tipo gordo y escaso de salud que comiéndose un perrito caliente se deleita haciendo deporte digital echado en un sillón y embadurnado en salsa. Y así avanzamos en mil rarezas que tergiversan hasta la palabra deporte por un puñado de dólares. Hay un mundo que mueve un dineral como el de las competiciones "online" y que ha venido para quedarse y para hacer muy zoquetes a demasiados individuos. Y me parece una torpeza asombrosa, porque por mucho dinero que puedan ganar tanto las empresas como los chicos, no deja de ser una gran llamada a la torpeza toda vez que se pasa el límite de uso lógico.

Antes, lejos de los más refinados juegos, uno veía cosas tan alocadas como los dibujos animados de Pixie y Dixie, dos siniestros ratones mejicanos que le hacían la puñeta en todo momento a un gato que hablaba andaluz y que se llamaba Jinx. Los ratones eran unos perversos y los dibujos un sinsentido, porque cuando el gato perseguía a los jodidos ratones por el salón, la estancia era infinita. Parecía una de las casas de Bertín Osborne: kilómetros y kilómetros de salón interminable, tras el que los roedores, con sus sombreros mejicanos, llegaban sanos y salvos a su ratonera para su disfrute y goce propio tras putear al gato. El mundo tecnológico cambia a una velocidad vertiginosa, y lo hace solo por una única cosa: por más y más dinero.

@JC_Alberto