Encontré una plaza de aparcamiento justo en la puerta de casa, sin necesidad de haber leído El secreto de Rhonda Byrne. Ni siquiera me enfoqué, desde que bajé por la calle Ramón y Cajal, en un pensamiento positivo y confiado que modificara el resultado de la misión imposible de conseguir dónde aparcar a esas horas de la mañana. Si me hubiera afanado en ese propósito hubiera incluido en mi pensamiento mejoras en la salud de la persona a la que iba a ver, algo de pasta y de paso obtener una audiencia con Oriol Junqueras en la prisión de Lledoners para departir del régimen electoral canario. Aprovecharía para tratar el estatus de la isla de San Borondón. Seguramente, gran parte de los equipos de campaña para las elecciones del próximo mayo postularan en sus programas electorales la ley de la atracción, como una regla natural que determinará el orden completo del archipiélago y la concreción del número de islas que conduzcan a la tres veces triple paridad.

Así que dejé Matmóvil enfrente de Progreso nº 22. El Matmóvil, un Ford Fiesta del 95. Tuneado. 1.7. D. ¿Mi ideal de coche? No. Mi sueño siempre fue un Ford Gran Torino del 75, rojo con una larga franja blanca. Un tomate con rayas. ¡Vamos!, el coche de Starsky y Hutch. Salí a la calle. Crucé el puente Galcerán, una toponimia que rememoraba la loma que tomó el general Weyler en la guerra de Cuba. La realidad del urbanizado barranco Santos. Una imagen en blanco y negro que rescataba la idea de que solo hay gente buena o mala, y que todo iría de maravilla si los buenos, nosotros, elimináramos a los malos, ellos, con pequeñas armas nucleares. Me había despertado con un artículo del periódico que rememoraba que hacía 90 años, a las cinco de la tarde de un 19 de octubre de 1928, con la bendición del obispo, el jefe del Gobierno, Miguel Primo de Rivera, atravesó el puente junto al alcalde, García Sanabria, y un numeroso cortejo para inaugurar la vía de enlace entre las dos mitades del municipio. La obra se había adjudicado a la empresa Construcciones Hidráulicas y Civiles S.A., según proyecto del ingeniero Eduardo Torroja Miret, abuelo de Ana, la vocalista de Mecano. Me imagino qué pensaría el señor con el lío que hay montado con la interpretación en Operación Triunfo de la canción "Quédate en Madrid" que emplea el término mariconez. Supongo que deberían volver a preguntar en el Congreso a la ministra Delgado si aquí también se utiliza el término desde una perspectiva de género igual que ella adujo al referirse a su compañero de Gobierno, Fernando Grande-Marlaska. En el fondo de la controversia, hay que recordar que Mecano está detrás de, quizás, la primera canción que habla abiertamente sobre la homosexualidad de la mujer en España: "Mujer contra mujer". Prefiero no pensar en Coque Malla, Los Ronaldos, y aquel estribillo de "tendría que besarte, desnudarte, pegarte y luego violarte hasta que digas sí?". ¿Acaso pensaban y presagiaban el otro escándalo desvelado una década después del portugués Cristiano Ronaldo con su supuesta violación a la señorita Kathiryn Mayorga ocurrida en un hotel de Las Vegas en junio de 2009 y silenciada con 324.000 ??

Llegué al socio-sanitario, en cuya puerta me esperaba una asistenta social y Fe. Levantó el rostro y me miró. Si tenía miedo, poseía sangre fría para fingir calma. La gente se vuelve previsible, y cuando puedes pronosticar lo que alguien hará, es fácil encontrar una ocasión. Eso nunca me pasaba con Fe. Con ella siempre debo esperar. Deseo y necesidad son parámetros distintos. Fe tenía diagnosticada, desde niña, una diversidad funcional sensorial. Una discapacidad olfativa y gustativa, incluyendo un termino que me explicaron denominado anosmia, que unía con su falta de sensibilidad al tacto, calor, frío y dolor que la llevaban a tener serios problemas incluso de equilibrio. La conozco desde que tenía siete años. Desde entonces, era extremadamente críptica. Con dieciocho años, en el barrio, una vez me dijo que yo me parecía a una acuarela de Carolyn Blish. Y en su cara adiviné felicidad por habérmelo confesado. Esa noche tuve pesadillas. Soñé con lo que yo denomino la niebla del pasado. Una extraña sensación que me agobia cuando algo me preocupa. La niebla no me gusta. En un sueño recurrente, me veo de niño regresando a casa y atravesando el puente Galcerán. De improviso, la niebla me envuelve. No veo ni escucho nada a mi alrededor, ni delante ni detrás. Ni a izquierda, ni a derecha. Es como un abrazo húmedo y frío que te esconde la realidad. Que te hace pensar, aterrorizada que, tal vez, la realidad ya no exista. Y me quedo solo en la nada. Ni escucho voces humanas, ni ladridos de perros, ni el cloqueo de ocas o gallinas, ni siquiera el croar de ranas. Todo está perdido entre la niebla. Y yo no tengo el valor ni para gritar pidiendo ayuda.

Llegué hasta Fe. La besé en la frente y me hice cargo de la silla de ruedas. Una enfermera me señaló el reloj recordándome que en menos de una hora debería traerla de regreso.

-¿Cómo estamos hoy, señorita?... ¿Te gustan las adivinanzas?

-¿Voy a escuchar una, Matías?

No era la respuesta. Ignoro por qué hice la pregunta.

-No soporto que hagas eso, Matías.

-¿Qué?

-Callarte lo que estás pensando.

Atravesamos el puente por el margen derecho de salida de la ciudad. A veces, cuando paseo con Fe nunca me pregunto qué hacer, ni a dónde ir. Ella nunca se siente aturdida, ni cansada. Su visión de la existencia me ayuda a relativizar la mía. A encontrarle un sentido a la manera en que ha acabado todo y no tener un lugar a donde regresar cuando acaba el día.

-¿Sabes, Matías? Mi única duda con las acuarelas de Carolyn Blish es que tengo que molestarme en inclinarme a leer el título de los cuadros.

Entendí que se refería a mí. Recuerdo el día que vimos en su casa "Mi pie izquierdo", una película inspirada en la vida de Christy Brown (interpretado por Daniel Day-Lewis), un pintor, poeta y escritor irlandés aquejado de parálisis cerebral, que con el apoyo de su madre, una profesora, y su propia tenacidad, echó por tierra todas las barreras que impedían su integración en la sociedad al aprender a usar su pie izquierdo para escribir y pintar.

-¿Estás enamorado, Matías?

Una pregunta fácil de contestar. En ese momento cruzábamos un puente que en sus orígenes fue un abismo para el mal de amores. Nunca quise llevar la cuenta de los amigos y amigas que habían terminado engullidos en su seno. Mi abuelo me contaba que era allí donde se detenía la comitiva fúnebre camino del cementerio de Santa Lastenia. Regresamos a la residencia. Nos esperaba una asistenta social en la puerta. Me sentí el alma limpia igual que cuando salía los domingos de la misa de las doce. Fe me enseña que es difícil desprenderse de los recuerdos, aunque todo reside en cambiar la perspectiva, porque el poder no reside donde creemos que se asienta.

-¿Matías?

-Sí.

-Mañana es mi cumpleaños, ¿lo sabías?

-Sí -mentí. Ella sabía que lo hacía. De hecho, apostaría a que no era mañana su cumpleaños.

-¿Me puedes adelantar el regalo?

-¿No es mejor esperar?

-No. Puede que mañana no puedas hacer lo que te voy a pedir.

-Adelante, entonces. ¿Qué quieres?

-¿Me das un beso?

Sabía que sus labios no iban a sentir los míos. Pero sabía que su mente recrearía cada día una explosión de los sentidos y que retendría el recuerdo de aquel instante. Los dos nos miramos y tuve la sensación de que ambos nos preguntábamos lo mismo: ¿Qué podemos hacer desde que dejemos de soñar?