Perseguidos, torturados y asesinados, los "kakure kirishitan" o cristianos ocultos de Japón encontraron una salida a su fe en las remotas islas Goto del sur, moteadas hoy con particulares iglesias convertidas en Patrimonio de la Humanidad.

Este archipiélago situado en una de las zonas más occidentales del país asiático está constituido por 63 islas, sólo 11 habitadas, y supusieron un importante refugio para la comunidad cristiana de Japón, brutalmente perseguida entre los siglos XVII y XIX por los "shogunes", los caudillos militares al frente del Gobierno japonés.

Sus pobladores, de los que actualmente entorno a un 15 % son cristianos, llegaron en muchos casos desde la ciudad de Sotome, a unos 40 kilómetros de Nagasaki, donde muchos creyentes practicaban su fe en secreto mientras simulaban integrarse en las comunidades sintoístas y budistas de la época.

Un vestigio de estas prácticas es el santuario de Tsuji, una sencilla construcción de arquitectura sintoísta en las que se veneraba en secreto una estatua que representa al misionero San Ignacio de Loyola (Inassho-sama), hoy custodiada en un museo local.

Estos "cristianos ocultos" escogieron concienzudamente sus lugares de migración para no ser descubiertos, explicaba Yohei Kawaguchi, subdirector de la División de Patrimonio Mundial del Gobierno de Nagasaki, en una reciente gira de prensa.

"Se sabe que hubo más de 200 emplazamientos, pero no conocemos cuántos exactamente", dice Kawaguchi, quien explica hay una investigación en curso al respecto.

La iglesia de Egami, situada en la selvática isla de Naru, de 25 kilómetros cuadrados, es uno de los legados de los descendientes de estos devotos cristianos que durante más de 250 años practicaron su fe en la clandestinidad para evitar el martirio, y es uno de los 12 emplazamientos listados en junio como patrimonio de la UNESCO.

Construida en madera y con elementos de bambú, la estructura se alza a unos centímetros del suelo, una particularidad única pensada para adecuarse al clima local húmedo, explica Yukinori Kuzushima, uno de los dos encargados de su mantenimiento.

La iglesia fue construida en 1918, décadas después de que en 1873 se levantara el veto al cristianismo vigente en Japón desde 1614, que llevó a la persecución y asesinato de miles de creyentes.

Sus impulsores fueron cuatro familias que se trasladaron allí desde otras islas recónditas, como hiciera el propio Kuzushima.

Este cristiano católico de 65 años nació en la ínsula abandonada de Kazurajima, escondite durante siglos de sus antepasados. Su familia se trasladó a Naru bajo un programa del Gobierno por la falta de infraestructuras como el sistema del suministro de agua.

Algunos miembros de la comunidad viajan hasta allí cada ciertos años "para honrar a los que siguen enterrados allí", explica el japonés, pese a que la iglesia del lugar colapsó hace años.

Como la mayoría de los pobladores de las islas es pescador y confía en que la inclusión de Egami en los "Lugares de cristianos ocultos en la región de Nagasaki" impulsen la economía del lugar.

Los efectos ya han empezado a notarse y entre julio y septiembre, justo después de la inclusión, las visitas a la iglesia de Egami se triplicaron, según datos facilitados por el Gobierno local.

Los visitantes a la antigua iglesia de Gorin, una aldea costera de únicamente cuatro habitantes en la isla de Hisaka, también se incrementaron en el trimestre un 255 %, lo que produce gran alegría a Mitsuru Kojima, quien se encarga del lugar desde hace seis años.

A sus 65 años, visita el lugar dos veces a la semana y lo limpia con esmero. Construida originalmente en 1881 y trasladada a su ubicación actual en 1931, Kojima todavía recuerda cómo durante su infancia celebraran las misas allí.

Con los años, los lugareños y la gente más joven decidió migrar a las ciudades y la falta de fondos para su restauración los llevó a vender la iglesia al Gobierno en 1985 y construir una aledaña.

Actualmente sólo 9 personas utilizan el nuevo templo, dado que la mayoría de la comunidad cristiana de la isla (entre el 15 y el 20 % de sus 314 habitantes) van a otras dos iglesias de la ínsula.

Pese al abandono progresivo del lugar, Kojima no se plantea dejar el cuidado de la iglesia ni su comunidad. "Queríamos nuestra propia iglesia y sigue siendo así", argumenta con un sonrisa.

Actualmente los cristianos de Japón representan menos del 1 % de la población y en ocasiones cuentan con ciertas particularidades.

Cuando en el siglo XVII se expulsó o asesinó a los misioneros de Japón, sus seguidores quedaron sin guía y la frontera entre los ritos de esta religión y las locales se desdibujó, transformando su credo en un culto diferente todavía hoy rodeado de misterio.