La Unesco declaró esta festividad como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y, para ello, en la evaluación de los méritos, invocó la sólida continuidad de las tradiciones aztecas y la fusión con los usos católicos tras la conquista española. México se alzó con justicia sobre otras celebraciones nacionales de difuntos -entre otras las de España, Portugal y Brasil- por la plena participación ciudadana al margen de credos, por su riqueza simbólica y formal y por ser fuente de inspiración y escenario inmemoriales de obras literarias, musicales y plásticas, y cinematográficas y televisivas desde el siglo XX.

Quien vivió la entrada de noviembre en cualquier estado o pueblo mexicano no lo olvidará jamás porque, sobre la sucesión de sorpresas, todos los signos de duelo se subordinan y caen ante el alegre culto al recuerdo y a la convicción general de la permanencia espiritual de los desaparecidos entre quienes les amaron; a la esperanza azul del reencuentro. El día 1 -nuestra Fiesta de Todos los Santos- lo dedican a los niños, cuyos espíritus son brindados con golosinas y juguetes. El 2 -también liturgia católica de los Difuntos- se evocan a los adultos y se obsequian, tanto en los cementerios como en los hogares, con un repertorio de adornos y viandas más amplio.

En las casas ricas y pobres se montan vistosos altares donde, junto a la imprescindible flor de cempasuchitl, aparecen los doce cirios, pinturas y láminas de las Animas del Purgatorio, las fotos de los familiares ausentes, los recortados papeles de seda, la calabaza en dulce y el delicioso pan de muerto. Como en esos retablos los fallecidos son de todas las edades, se incluyen cafés, alcoholes diversos, tabaco y, en fin, regalos para satisfacer los gustos de los mayores.

En su mayoría sonrientes, las calaveras son los iconos y tópicos de estas fechas; máscaras de los desfiles y los bailes; dulces para disfrutar en el recorrido o la parada en la casa o la sepultura; grabados y souvenires y rimas sarcásticas incluso; allí descubrí una muy popular en nuestras latitudes: "Por la calle p''abajo viene una loca/ cada uno se muere (aquí, perdón, decimos: se jode) cuando le toca". En fin, olé por los mexicanos que encuentran en la memoria una suerte de eternidad.