En cuanto "acción y efecto de demoler" es, simplemente, "deshacer, derribar, arruinar". Y esta acción y sus efectos es lo que vienen desarrollando, paulatinamente, algunas organizaciones políticas e institucionales: la demolición del Estado. Que en esta tarea estén aplicados, con fruición, podemitas, batasunos, pedecatos (antes convergentes) y otras especies minoritarias de la fauna política parece ser que va de suyo. Pero que a la misma tarea esté aplicado el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) es harina de otro costal.

En tanto que exmilitante del PSOE, entregado con ilusión y dedicación al partido en tiempo pasado, contemplo con desasosiego acciones del mismo que, junto a aquellos, están poniendo en jaque la convivencia ciudadana de un Estado que teníamos por consolidado con la Constitución que nos dimos en 1978.

Quiero resistirme a aceptar que aquel partido en que milité (no he vuelto a militar en ningún otro) y al que conseguimos aupar al poder legislativo con más de 200 escaños, haya devenido a los 84 escaños de hoy siendo la misma cosa. Ha habido, a lo largo del tiempo, más en los últimos años, un alejamiento de la ciudadanía respecto de él por el quehacer del mismo. Y hemos llegado a la situación esperpéntica actual en la que su secretario general, no siendo diputado y con esos 84 escaños, gobierna y/o desgobierna el país, según que zonas, apoyándose en aquellos que tienen a gala el demolerlo; tanto al país como al propio PSOE.

En la grave situación que está atravesando España con la persistencia en el golpe al Estado que inició el catalonio convergente don Artur Mas y elevó a su zenit el hoy fugado de la justicia y muy deshonorable señor Puigdemont con la declaración de independencia, echo en falta el pronunciamiento del Comité Federal del PSOE. Me da la sensación de que el partido a abdicado su responsabilidad en el secretario general, don Pedro Sánchez, y por ende devenido al Napoleón orwelliano, no sé yo si también abducido por su jefe de gabinete.

Reiteradamente he manifestado la opinión de que es desaconsejable que el secretario general del PSOE (o el presidente de cualquier otro partido) sea a su vez el presidente del Gobierno. La labor de gobierno requiere unas dosis de pragmatismo que el partido debería controlar para no perder su esencia ideológica; y esto no es posible cuando en la misma persona recaen las dos competencias. Quedó demostrado con don Felipe González. A lo peor es culpa nuestra, de la ciudadanía de una u otra idea. Mucho quejarnos de aquel Caudillo (cuyos restos no se quiere dejar descansar en paz) y tal parece que queremos ser acaudillados por este o aquel personaje.