Un rebenque que es capaz de chatear por su grupo de guasap que está dispuesto a meterle un tiro a Pedro Sánchez, ese "rojo de mierda" que quiere sacar la momia de Franco del Valle de los Caídos, no parece ni muy inteligente, ni muy peligroso. Más que nada porque los verdaderos asesinos no van publicando sus planes en las redes sociales o en los anuncios por palabras de los periódicos. Es como si los yihadistas se anunciaran en Facebook y pidieran ayuda para saber a qué hora se iba a celebrar un acto para ir a detonar algunos artefactos explosivos. Poco serio.

Pero nunca se sabe. En un periódico español de escasa tirada se publicó unos días antes la fecha y la hora del intento del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Y además existe otro factor a tener en cuenta: el detenido por los Mossos de Esquadra trabajó como agente de seguridad privado, con licencia de armas. Y es un experto tirador de arma larga.

El mérito de la detención hay que anotárselo a una ciudadana militante de Vox, del grupo de ''guasap'' en el que estaba el francotirador franquista, que se alarmó al ver el caminar de la perrita mental de susodicho, que pedía ayuda logística para poder cargarse al presidente del Gobierno. La policía autonómica catalana se tomó en serio la denuncia y acabó deteniéndolo. Puede que lo de atentar contra Pedro Sánchez sea sólo un delirio presuntuoso e inane de un individuo perturbado y que a los Mossos les haya venido de perlas a efectos de imagen. Pero hay algo claro: un tipo así no puede ir armado por la vida.

Esto de que la dictadura siga teniendo ardientes defensores, incluso de su principal momia desecada, es un fenómeno muy parecido al resurgir del nazismo. Lo más asombroso es que las simpatías se dan mayormente en gente que por edad no tuvieron la deleznable experiencia de padecer ninguno de los dos regímenes. Es un caso muy similar a los zoquetes de la izquierda más extrema, defensores de los crímenes de Stalin en la Unión Soviética o del cochambroso modelo comunista que se ahogó en su propio fracaso. No sé si es por nostalgia del pasado, por un pésimo conocimiento de la historia o porque simplemente hay cierta estupidez congénita que nos inclina a lo más radical, pero cada vez hay más gente que considera atractiva una esvástica o que dice que con Franco se vivía mejor cuando ni siquiera había nacido. Yo sí. Y ni de coña se vivía mejor.

Por otra parte, lo del Gobierno socialista con los restos de Franco no se puede haber hecho peor. Se trataba de hacer con los restos del dictador algo necesario, sencillo y efectivo: una exhumación pública y un entierro familiar privado. Todo ello en el menor tiempo posible. Saldar otra cuenta con el pasado y ocuparnos de lo que realmente nos debe importar, que es el futuro. Pero esto se ha convertido en la doliente historia de un quiero y no puedo, con idas y venidas al Vaticano, tensiones jurídicas e indeseables repercusiones mediáticas. Dicho mal y pronto, una chapuza.

La aparición de este ''francotirador franquista'' es un síntoma de estos tiempos que vivimos, donde el insulto y la descalificación se han convertido en la moneda más común. Los líderes, llamados a ser espejo de comportamiento para la ciudadanía, dan sólo el ejemplo de su intolerancia intelectual y su agresividad verbal. La vida pública se ha transformado en un vuelo gallináceo de escándalos, grabaciones y chanchullos. La partitocracia reinante persigue la extinción de los adversarios y ha colonizado y contaminado a todas las administraciones con su sectarismo. ¿Qué se puede esperar que crezca en esta charca inmunda?

Este diciembre se cumplirán cuarenta años de la Constitución del 78. Hacía sólo tres años que Franco había muerto y este país ya lo había olvidado con todo éxito. Estábamos en otra. En escuchar hablar a Suárez y a Carrillo, que se tenían más respeto intelectual que Iglesias y Casado. En salir a las calles, que se habían transformado en un lugar de encuentro para la libertad. En visitar las librerías, que florecían donde hoy están los herbolarios. En descubrir un nuevo cine sin censuras. Alguien dijo en una canción que estábamos viviendo un maravilloso sueño de libertad.

Es verdad. Era un sueño. España está hoy llena de francotiradores y la vida es una lluvia de balas de saliva disparadas en todas direcciones. Se quieren matar en nombre de dios, del pueblo, de las derechas, de las izquierdas o de la madre que los trajo. Y no sé exactamente cuando, pero en algún momento debió ser: una bala perdida acabó en el corazón de la esperanza.