Todos los fines de semana, se repite la misma imagen. Jóvenes alcoholizados, derrumbados, después de haber participado en macro botellones grupales en plazas y calles. Casi siempre se trata de menores de edad que se juntan para un ritual de alcohol que tiene terribles consecuencias para la salud. Y si no, pregunten a los médicos y enfermeras que trabajan los fines de semana en los hospitales. Se hartan a alcohol de garrafón.

La policía ya está llevando a cabo controles de alcoholemia en la calle a menores o sanciones a los padres de hijos reincidentes. Pero no es suficiente. El problema del alcoholismo juvenil no es un asunto tan solo de los menores y de sus padres, sino que afecta a toda la sociedad. La tolerancia hacia el alcohol se encuentra en todas las franjas de edad y capas sociales. Es de esta tolerancia de donde nace el consumo masivo entre los menores.

Hay que controlar la publicidad, hacer cumplir las leyes y ordenanzas municipales y autonómicas, controlar los lugares y las personas que venden alcohol a los menores (dense una vuelta por las tiendas 24 horas y observen) y promover alternativas de ocio que vayan más allá de la borrachera masiva. La familia es un entorno fundamental para atajar el consumo de alcohol de los menores, pero el problema no se solucionará solo multando a los padres. Hay que limitar el consumo.