Como dijo una candidata en un concurso de belleza, Confucio "era un chino japonés que inventó la confusión". A veces se le echa de menos, porque con su enormes conocimientos sobre el mundo del caos podría entender lo que nos está pasando en este puñetero país.

No sé ustedes, pero lo que uno ve por todos lados es bronca, acusaciones cruzadas, barullo, batiburrillo. O sea, la confusión esa de don Confucio. Desde las colas en las carreteras de Tenerife a la sedición o sublevación o lo que sea de Cataluña. Desde las listas de Manuela Carmena y su bronca con Podemos a la negociación de los presupuestos en las cárceles, desde la inmigración a los nuevos impuestos. Todo es un jaleo permanente y agotador.

Un colega periodista me echaba el otro día la broca. "Últimamente todo lo ves con demasiado pesimismo". Y otro, al que veo ya muy poco, me reprochaba un exceso de trascendencia: "Haz el favor de escribir para hacernos reír, porque te estás volviendo serio".

Me pongo delante del ordenador y de verdad que intento buscarle el lado gracioso a las cosas. Pero es difícil ponerse en el pellejo de la orquesta del Titanic y seguir tocando el clavicordio mientras el barco hace aguas por todos lados. No estoy seguro de que esto sea exactamente un naufragio, pero me da la sensación de que tenemos más agujeros que un queso gruyer. ¿Qué gracia tiene que este país se esté partiendo en dos, como un melón podrido? Hemos resucitado a la momia de Franco, después de enterrarle con todo éxito en 1975. Ahora mismo están saliendo biografías del generalísimo de las narices y ayer hubo hasta misas en su recuerdo. La ultraderecha que no existía empieza a salir de las catacumbas. Y la ultraizquierda está cada día más envalentonada contra la Monarquía y eso que llaman "el régimen del 78". Nos estamos radicalizando y dividiendo en dos bloques antagónicos que no son rivales, sino enemigos a muerte. Adversarios que persiguen con sañuda insistencia la extinción del otro.

La democracia es un sistema bastante malo de gobierno que solo tiene la única virtud de ser mejor que todos los demás que se conocen. Pero nuestro sistema está siendo puesto en cuestión constantemente por una caterva de cantamañanas que existen porque existe la democracia misma. El Estado está siendo perfectamente demolido desde dentro por quienes quieren cambiarlo por otra cosa terriblemente peor. La política se ha convertido en un sistema partitocrático en donde lo que se persigue no es el bien común, sino el interés de los dirigentes y paniaguados de las organizaciones clientelares. Y los medios, partidos en dos, intentan sobrevivir entre la propaganda y la antipropaganda.

Ya decía Larra que escribir en Madrid era llorar. Lo mismo se podría decir de escribir hoy en España. Larra, por cierto, se pegó un tiro en la cabeza. Debe ser que tampoco encontraba manera de tomarse a risa esta coña marinera.