Cuando los consumidores que componían las familias hispanas se planteaban la llegada de la Navidad y sus fastos de intercambio de regalos, ayudados por el foráneo Noel, con Rodolfo, su reno borrachín, o los bíblicos Melchor, Gaspar y Baltasar, a lomos de sus camellos sedientos, nunca se habrían planteado el dilema de la "elegancia social del regalo", que no es sino una frase construida para el consumo nacional, atribuida al publicista fundador de Galerías Preciados Pepín Fernández, para estimular el consumo y el ego de las personas más acomodadas y excluyentes. Y como todo evoluciona, quiérase o no, los más veteranos recurrimos al ático de la memoria, o simplemente miramos en algún rincón de la casa para contemplar y resucitar viejos recuerdos de antaño en las fechas señaladas de Navidad y Año Nuevo. Dormidos en su sueño de décadas, figuran aquellos juguetes que fueron protagonistas favoritos de los menudos de la familia en su noche mágica, de insomnio e incertidumbre, primero, y regocijo desbocado, después, al amanecer el día posterior a la visita real, entre el ensordecedor concierto de pitos y flautas recién estrenados, mezcladas con los tenues y desvaídos sonidos de los cascabeles de los arreos de los cuadrúpedos de regreso a sus corrales bíblicos, o de Uga, en nuestro Lanzarote canario. Esos sonidos a los que aludo ya no suenan por las calles de la ciudad en el más temprano amanecer del año, sencillamente porque ahora los juguetes no suelen hacer ruido, sino todo lo contrario, pues se impulsan por microestímulos eléctricos producidos por las pilas que no se agotan y duran, y duran?

Hace unos días encontré en el buzón de mi edificio un manojo de catálogos en colores, en donde figuraba todo un contingente de artilugios construidos para jugar casi siempre en solitario, puesto que a diferencia de los de antaño, en donde se estimulaba la asociación en grupo, los de hoy solo conllevan el divertimento en solitario y casi siempre falto de comunicación, que muchas veces es caldo de cultivo para un inesperado y doloroso trance de violencia física. Baste para ello practicar algún videojuego tipo "Terminator" para ir adocenando la mente para mayores contingencias, hasta llegar, en algunos casos, al delito consumado.

Pero ¿dónde está la causa o la razón de estos desafueros? ¿Tal vez en la forma de proceder de nuestros mayores, que con su actitud quieren lavar sus pecados de carencia económica de antaño con los que frustraban las ilusiones de sus hijos? Pues probablemente sí, porque, en definitiva, somos espejo de su propia formación racional, donde ellos no cejan de imitar y abusar de nuestra tolerancia educativa, con el falso subterfugio de "déjalos, porque están creciendo?". Creciendo para darnos una patada en el culo cuando se fuguen nuestras neuronas por razón de edad, o seamos candidatos a un asilo o trastero, disfrazado con el eufemismo de Hogar de Mayores con un apellido ejemplificante del Santoral.

Leyendo entre líneas estos catálogos, en sus renglones torcidos podemos adivinar la deriva que conduce a esta indiferencia colectiva, porque manejar un juguete de entonces, donde la imaginación era el auténtico motor de su dueño, supone hoy una rivalidad cruenta y desaforada, cargada de insana exigencia hacia los promotores de estos presentes, que con el corazón dividido y la economía por los suelos, contemplan con estupor la indiferencia de los obsequiados, que acuden atraídos por los señuelos publicitarios de los "Black Friday" nacionales copiados de foráneos o los Cyber-Lunes colombianos, extendidos por Latinoamérica, con sus falsos trucos de inflar los precios días antes para luego presuntamente rebajarlos en la fecha señalada, buscando que los consumidores piquen el anzuelo ladinamente tendido, para dar salida a su mercancía inmovilizada o pasada de fecha. Fiebre que contagia también a los menores de las familias para obligar a arrastrar a sus mayores al abismo del consumo desaforado, en pro de un interés económico ya calculado, que supone el silencio confinado en las páginas de esos catálogos, abandonados como parias en las puertas y buzones de los domicilios. Menudo cenizo con lo del Viernes Negro o el Buen Fin de la compra compulsiva.

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