Sus manos lo envolvían todo. Su piel tenía las "clásicas arrugas" que la vida te otorga como si del mayor título académico se tratase. Eran manos delicadas pero curtidas por el trabajo de años. La delicadeza y el trabajo son compatibles siempre aunque sea el trabajo más rudo.

La recuerdo con la piel muy blanca y una voz sencilla como ella (hay voces que son serenas y cadenciosas que transmiten una enorme paz). La recuerdo creando, enhebrando, deshilando, patronando, cosiendo, ahorrando hasta un centímetro de tela porque, en La Gomera, con la tela que sobraba se hacían las famosas traperas en sencillos telares que estaban por toda la Isla y la tela sobrante adquiría un valor especial. Las traperas gomeras se fabrican con una técnica única y mirándolas podríamos llegar a analizar a través de este oficio artesano las diferentes épocas que se han podido vivir en el siglo pasado en relación a colores y textiles.

Pero hoy quiero hablar de una gran señora. Vivía en una casa de frondosos patios llenos de helechos, naranjos, ñameras, flores de mundo, dalias, azucenas y un sinfín de flores de maravillosos olores y colores (mi madre sembraba plantones que doña Carmotita le regalaba). Para llegar al " lugar mágico", subías una escalera de cemento y agrietada (por las grietas crecían violetas), y justo a mano izquierda, en el patio, estaba la puerta mágica que daba al salón de corte. Mesas llenas de patrones, telas, planchas de calentar, sillas de madera, maquinas Singer, bastidores y algunos maniquíes para entallar, tizas, tijeras de auténtica maestra, y dos ventanales verticales por donde entraba la luz que hacía que en épocas estivales se pudiese aprovechar más el tiempo.

Justo en esas ventanas, doña Carmotita colocaba "un paño blanco" para que sus alumnas, sus clientas y sus amigas (realmente todo el pueblo), lo viesen y se enterasen de que habían llegado los nuevos figurines, con lo último en los modelos, y había que " sacar" el patronaje. El textil venía de Santa Cruz o se adquiría donde Yayo -el gran Yayo-, que vendía de casi todo, y entre todo lo que vendía y ofrecía habían retales de telas de tergal y de otro tipo de textiles que iban a parar a la casa de doña Carmotita, y tomaban forma del estilo único y minimalista de los años 70. Creo que también la tienda de Alita vendía textil y que venían a comprarlo de toda la Isla. Realmente las jóvenes de la época se ponían esos vestidos para ir a misa, comprarse un polo helado en el estanco de Natalia, en Triana, o ir a la sindical (el casino se llamaba la sindical), y poco más se podía hacer en los días de asueto.

Ella me hizo mi traje de la primera comunión. Como mi amiga Aleida se vestía de monja, yo quise vestirme de fraile y así fue. Doña Carmotita puso tanto esmero en complacernos, que sonreía nada más vernos aparecer en aquel encantador salón, y nos hizo ir varias veces a la prueba del traje de fraile. Yo lo disfruté tanto, que jamás podré olvidar esos días entre abril y mayo del año 1968 (si mal no recuerdo), donde fui inmensamente feliz en casa de doña Carmotita.

Muchos niños hicieron la primera comunión vestidos de marinero, otros con traje beige y corbata, otros con traje en azul marino, pero yo fui vestido de fraile y Aleida de monja. "¡Me lo hizo doña Carmotita!", decía yo muy orgulloso. Al siguiente año, todos los chicos se vistieron de fraile.

Nos pasábamos las tardes y las horas muertas jugando en el patio, mientras nuestras madres estaban en las clases de corte y confección. También entrábamos sin hacer ruido, porque el silencio era tan profundo que se podía oír la respiración de las clientas y alumnas de doña Carmotita.

Cuando mis hermanas se casaron, también pasaron por las manos de la gran maestra. Tengo la sensación de que fue de los últimos trabajos que hizo para el pueblo. Muchas novias fueron vestidas ahí, en ese salón, y muchas ilusiones se hablaron y muchos consejos de cómo habrían de actuar en el matrimonio. Muchas "dotes" se bordaron y se hicieron allí, y mucha gente humilde pudo ser feliz gracias a doña Carmotita. En los años 60 y 70 se hacían las dotes para los matrimonios. Hoy se adquieren en una tienda que termina en "Home", para bien o para regular. Pienso que los hombres deberían aprender a bordar y las iniciales de "él" debería bordarlas.

Un día ya no se puso más el "paño en la ventana". Mis hermanas se casaron, nosotros emigramos y cuando volvimos ya doña Carmotita había sido llamada a hacer "Alas de Ángeles" con fina muselina y seda, porque una mujer tan bondadosa, tan buena, tan sencilla, tan afable, tan solidaria, no podrá desaparecer nunca, pues hay personas (no todas) que se convierten en eternas.

Cuando voy al pueblo que me vio nacer, a Vallehermoso (ojalá pudiese ir con más frecuencia), siempre miro a la casa de doña Carmotita en Morera. En una ocasión tuve que frotarme los ojos, porque, al mirar fijamente, me pareció ver los paños blancos colgados en la ventana. Era un reflejo del agua de una tanquilla? o eran los "dos paños blancos" que estaban colocados como antaño. Aún lo pienso.

*Vicepresidente y consejero del Área de Empleo, Comercio, Industria y Desarrollo Socioeconómico del Cabildo de Tenerife