¿Por qué tanta soledad? ¿Por qué tanta gente sola y herida? Sostiene Zygmunt Bauman, en su obra "Amor líquido", que el individuo actual se encuentra desesperado por conseguir una relación de pareja, pero teme que le restrinja su libertad -entendida solo como libertad de movimientos-. Con ello, paradójicamente, consigue una relación de vínculos muy débiles y cuya superficialidad lo enclaustra cada vez más en el laberinto de su propia soledad. Y así comenzará otra búsqueda de amor sin compromisos cayendo en un nuevo círculo vicioso.

A esta concepción de la libertad tan estrecha le dedicó páginas maestras María Zambrano, afirmando que "al haber hecho de la libertad el a priori de la vida, el amor, lo primero, la hubiera abandonado". O sea, que cuando lo primordial no es el amor, Eros abandona la libertad, dejándola sola, triste y encadenada, aunque al principio no sea tan visible: "Cuando el amor -inspiración, soplo divino en el hombre- se retira, no parece perderse nada de momento, y aun parecen emerger con más fuerza y claridad cosas como los derechos del hombre independizado. Pero es una pseudolibertad, que bien pronto se agota". Así también lo entendió Luis Cernuda y lo cristalizó en verso memorable: "libertad no conozco sino la libertad de estar preso en otro".

Un poema soberbio de Agustín Fernández Mallo expresa bien que a la soledad se llega por decisiones equivocadas en el modo de ejercer las relaciones interpersonales. Y puede servir para la reflexión sobre la amistad -no para juzgar a nadie-: "Te engañas si piensas / que todo llegó inesperadamente, con una carta indeseada, con una llamada / que no habrías contestado de no haber llevado el móvil, / con el encuentro a las tantas en un bar (. . .) / Te engañas viajero. / La soledad es un hábito adquirido. / Pero cada una de esas pistas falsas / detenta un trozo del secreto que te impide / distinguir estos días que, idénticos, / dibujan en el aire el gesto torpe y aburrido / de ese gigante hipertrofiado al que llamas / [te engañas viajero] / viajero".

Pedro Laín Entralgo sostenía que el amor pertenecía a la constitución metafísica de la existencia humana, que "el hombre ama porque puede y porque tiene que amar". Es decir, que somos seres amantes por naturaleza y que, a la vez, necesitamos sentir el afecto de los demás. Y que, por tanto, el viaje de una vida plena supone esfuerzo -cuya recompensa es la felicidad, nada menos-, lucha para adueñarse del hábito de la donación propia y para aprender a recibir los dones de los demás.

Afirmaba así este autor, desde su perspectiva personalista, que "el otro es alimento para mí". Porque lo que une sin tensiones la libertad con el amor se llama amistad; y cuanto más robusta se forje, en una pareja o entre amigos, más ilimitada será la libertad; y la expresión de san Agustín "ama y haz lo que quieras" resulta su perfecta formulación. Por el contrario, ¿para qué sirve la libertad del vagabundo?

En su libro "Sobre la amistad", Laín Entralgo nos ofrecía cuatro notas para que resulte verdadera. Beneficencia: querer el bien de las personas y alegrase con lo ajeno como si fuera propio. ¡Cuánta importancia posee esto en la educación de los hijos: enseñar a entusiasmarse con lo de los otros! Benevolencia: querer el bien de los demás. Benedicencia: hablar bien de los otros y ser sinceros con los amigos, en el momento y forma oportuna.

Pero quiero subrayar lo que él llamó benefidencia o confidencia entre amigos: comunicarse el mundo íntimo de corazón a corazón. Porque hay que romper la cultura de las amistades superficiales y abrirse el corazón con confianza: alegrías, proyectos, ocurrencias, sueños, desilusiones, preocupaciones, temores, creencias religiosas, pequeñas heridas?

"La monedita del alma / se pierde si no se da", escribió Antonio Machado. ¡Cuánto sabía!

@IvanciusL