Nasuki Noigonada es un honrado comerciante nipón que se ha beneficiado del convenio político que fue firmado en su día por este Gobierno, en el que fue mediador, si mal no recuerdo, Lorenzo Olarte. En su bazar se puede comprar toda la chatarra que se fabrica en su país, a precio competitivo, respecto de otros nacionales, porque, no lo olvidemos, ellos están exentos de presión tributaria, y sus obreros cobran un salario de miseria por trabajar por un plato de arroz como los parientes lejanos de Kunta Kinte.

El caso es que, como todos, volví a inspeccionar el contenido de sus abigarradas estanterías, y en ellas hallé por fin el juguete deseado, que en principio parecía inofensivo, pero cuando se soltó toda la energía que llevaba dentro, se convirtió en un ensordecedor ruido que nos heló la sangre en las venas a toda la familia. En mi caso, pude vislumbrar la mirada inquisidora del padre de las criaturas, que sin palabras parecía implorarme un cambio de contenido, mientras que la madre buscaba la inspiración en el adyacente piano para componer una sinfonía, que ríase usted de la "Heroica" de Beethoven. La dichosa Número 3 más parece la fórmula de un chop suei de gambas clandestinas. O sea, que te las comes y luego las digieres sin más preámbulos, acompañada de percusión de tambores.

Pero dejemos a un lado la gastronomía china para adentrarnos en la citada repercusión de su maquinaria de ruidos ensordecedores, pregrabada para que no te olvides y reniegues de la ocurrencia de comprar cachivaches sin probarlos antes, a ver cómo están de voz, si estridente o pausada. Indiferentes a su resonancia, los menudos se aprestaron a competir con sus respectivos cacharros a pilas doble AA -que esa es otra odisea de búsqueda infatigable, salvo que compres las recargables-. Y como decía, el cruce de miradas de los adultos era todo un poema a la desesperación de Espronceda: "Me gustan los cacharros/ de pilas satisfechos/ tendidos al acecho/ del tímpano sin voz?".

Bueno, pues pese a toda la normativa, a estos nipones, que viven siempre en profundo relax de estanques y nenúfares, se les ha paralizado la prohibición de pasarse de decibelios autorizados, así que los otorrinos hicieron estos días su agosto particular, recibiendo a abuelos lesionados de oídos, cuya única frase detectable fue: ¿Papá, qué prefieres del roscón, el haba o la corona?

Bueno, el caso es que poco a poco se va restableciendo la melodía del nuevo día del año entrante, al menos hasta que las pilas sean como las del conejito incansable, que no se detiene ni para respirar y morder la zanahoria. Sea como fuere, en nuestro fuero interno invocamos a San Sigilo para que reste la energía acumulada y las mande a la papelera, como basura. Que, por cierto, ha superado este año las diez toneladas.

Sea como fuere, al indiferente Nasuki Noigonada solo le ha quedado la alegría de hacer caja e invocarse a su deidad -que la tiene y funciona también a pilas- al tiempo que su mujer se dedica a planchar los disfraces de papel de arroz recién llegados para nuestros Carnavales, que están a la vuelta de la esquina del calendario, mientras los camiones cuba se agitan fusionando las bebidas de garrafón para alegrar a los paisanos más atrevidos, que pasarán la noche en el hospital de campaña entre arcadas y vómitos, o tiesos como mojamas.

En lo sucesivo habrá que habilitar alguna norma, aplicando el sonómetro en los lugares en donde se exponga tamaña pelotera de ruidos infernales, pródigos en decibelios; pues al fin y al cabo esto ocurre solo una vez al año, y habrá que ser tolerante con toda la parafernalia para alegrar, como dije, el hierático rostro de Nasuki Noigonada.

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