Como en la historia de los hermanos Grimm, de cualquier aprieto es posible sacar fuerzas para empezar de nuevo, que tal es la filosofía que se ha impuesto en la presente edición del Festival Internacional de Música de Canarias.

Los músicos de Bremen representan un emblema de aquella ciudad alemana y anoche una nutrida colonia de compatriotas se dio cita en el Auditorio de Tenerife para arropar a la Filarmónica Alemana de Bremen, un conjunto cuajado de juventud y dotado de una exquisita sutileza, que desde los primeros compases supo atrapar la atención del público. Y aunque los dueños de esta formación son los propios músicos, la presencia de David Afkham como director no representó disonancia alguna.

De la primera pieza del programa, la "Obertura Coriolano" de Beethoven, destacaron sus silencios, un recurso capaz de provocar ciertas atmósfera de tensión y que sirvió también a la orquesta para modular los cambios hacia otras tonalidades con ligereza.

Pero el punto álgido llegaría con el "Concierto para clarinete en La mayor" de Mozart. El Bassett de Sabine Meyer, un instrumento diez centímetros más largo de lo normal, alcanzó registros prodigiosos, desde las notas más graves hasta los agudos, y en manos de la solista germana se convirtió en una constante reivindicación sonora: todo un cuento.

El movimiento más reconocible, al adagio, revivió las imágenes de "Memorias de África", y la obra, entre profunda y emotiva, marcó definitivamente el concierto.

Como cierre, la "Sinfonía Júpiter" derramó optimismo y triunfalismo, con continuos desarrollos y variaciones, y un final que regaló un formidable fuga.