Juan está ingresado en el Hospital La Laguna de Cuidados Paliativos por un cáncer de próstata cuya evolución le ha paralizado la mitad de su cuerpo y desde hace quince días, aunque está mentalizado de dónde está y por qué, sonríe más porque su calidad de vida ha ganado y no ha sido por la morfina.

"Desde que estoy aquí estoy muy atendido, muy contento; puedo hablar con las enfermeras, el trato es fabuloso. Yo he ganado, dentro de lo que tengo, calidad de vida. Pero aquí ¿eh?, no en el hospital donde estuve antes", comenta Juan en una conversación en la que deja patente que domina el arte de hablar y gustar.

Y es que hace quince días fue ingresado en el Hospital Centro de Cuidados Laguna, en Madrid, uno de los centros que gestiona "LaCaixa", que este jueves ha presentado el balance de sus diez años del Programa para la Atención Integral a Personas con Enfermedades Avanzadas.

Un centro que todas las tardes visita la mujer de Juan cuando va a verlo acompañada de una vecina de hace cuarenta años que la ayuda en los menesteres de casa porque se está tratando de depresión.

"Mi mujer tiene depresiones, mis hijos son ya mayores, y así no podía estar en mi casa. Me han estado atendiendo todo lo que han podido y más, pero no voy a destrozar tres casas así de sopetón", dice Juan, quien aprovecha la conversación para agradecer los cuidados diarios y la atención del personal.

Este mecánico jubilado, profesión que han heredado también sus dos hijos -Juan Fernando y Rubén-, agradece también la silla de ruedas con la que se mueve "un poquito" y el almohadón que le colocan para que le duela menos una de sus heridas.

"Es que me tratan con un cariño...Me dicen ''venga Juan'' y yo, como también hablo mucho, pues lo estoy llevando muy bien", dice mientras sonríe a la mujer que limpia su habitación: "Fijate estoy mirando a esta chiquita tan guapa que está aquí y me animo. Ya no pido más. Me he mentalizado y lo he asimilado".

Llegó al hospital el día de Reyes y según relata ese momento da cuenta de la simpatía que no ha perdido, pero también de que los cuidados paliativos no son sólo para pacientes terminales en cama, sondados y esperando el final.

"Cuando vine aquí -dice- vi unos pajes, unos niños con unos regalos y gente pacá y pallá y me dije Ñpero bueno ¿dónde he venido yo?, si parezco Julio Iglesias. Y estuve hasta cantando. Había venido en ambulancia, me bajaron y al rato estaba cantando con ellos. Fíjate lo que es la emoción de una persona cuando ve esto".

Y lo que ve y disfruta Juan en el hospital son de actividades terapéuticas, a las que se tiene que ir en unos minutos y que le permiten mejorar su movilidad, pero también expresar sus sentimientos.

Juega por las mañanas con otros pacientes a tirarse una pelota: "yo no tengo fuerza del pecho para abajo pero las manos las muevo bien, y el otro día al voluntario casi le doy en la cara y le dije -cuenta mientras se ríe- macho, esto es lo que hay".

Unas actividades que él pensaba que "eran una tontería", pero aquí se ha dado cuenta de que tienen su importancia porque "te ayudan a no comerte el coco".

"Para mí -añade- todo esto es un mundo y me voy adaptando. Aquí hablo mucho con don Fernando y don José, los dos curas, y me río mucho. Llevo mucho tiempo sin practicar, para qué la voy a engañar. Tengo casi 70 años, mecánico, luchando por la vida para arriba y para abajo, y te olvidas un poco de todo esto, y ahora como estás aquí lo valoras más y la cabeza está más despejada".

Hoy, después de las actividades y de que lo visite tal vez su cuñado vendrá posiblemente su hijo Rubén, quien se trae la comida, la calienta en el microondas y come con él. "Vienen cuando pueden. Lo que habrán pasado estas criaturas ahí viéndome cómo estaba yo sufriendo y que no veníamos solución".

"Estoy mentalizando ya hasta a mis hijos, y hasta donde llegue he llegado. Aquí todo el personal es encantador y te dan vida", dice Juan López López, quien se despide con su buen humor: "Mis apellidos son difíciles, de origen escandinavo".