El especialista en Neurología del Hospital Universitario de Gran Canaria Dr. Negrín, Fernando Cabrera, ha sido recientemente elegido coordinador del grupo de Neurooftalmología de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Durante los próximos dos años, se encargará, junto a otros cuatro miembros, de definir los principales retos de la especialidad en España.

Has sido elegido coordinador del grupo de Neurooftalmología de la SEN, ¿qué plantea hacer en estos dos años?

Entre nuestros planes está ver cómo se hace la neuroftamología en cada hospital de España. Por ejemplo, en mi caso en el Hospital Dr. Negrín pasamos consulta en conjunto un oftalmólogo y yo. También trataremos de potenciar algún curso de formación en neurooftalmología para médicos internos residentes (MIR) e intentaremos publicar artículos de consenso sobre cómo llevar a cabo determinadas acciones en neuroftalmología, así cómo enfocar determinadas patologías. Sabemos que va a ser difícil en dos años, pero intentaremos sacar adelante varios.

Por lo que me cuenta, entiendo que la neuroftalmología es una disciplina reciente.

Sí que es una subespecialidad reciente. Los primeros manuales de neurooftalmología datan de los años 50 o algo así. La patología siempre estuvo ahí, pero el desarrollo como subespecialidad, con metodología propia, no llegó hasta los años 50 del siglo pasado.

¿Pero qué tiene que ver la oftalmología con la neurología?

Prácticamente en todo. De forma intuitiva pensamos qué con lo que uno ve es con el ojo, pero no, el ojo es simplemente el órgano que transmite la luz para que percibamos lo que vemos con el cerebro. Desde el ojo y hasta el cerebro hay una especie de líneas de conexión que tienen que estar enlazadas y funcionando correctamente. Por esto, cuando un paciente tiene un problema de visión y al valorarle el ojo, este se encuentra en un estado normal, hay que plantearse que el problema puede que no esté ahí, sino en otras estructuras del cerebro, principalmente el nervio óptico.

Para tratar esta patología, ¿qué organización sería la más conveniente?

Yo creo que en medicina tenemos que tender a la asistencia mediante equipos multidisciplinares. Cualquier patología es susceptible a que dos o tres especialistas nos pongamos de acuerdo en el manejo óptimo de los pacientes, además de que estos con mucha frecuencia son pluripatológicos. En este sentido, para la neurooftalmología lo ideal es que en la misma consulta trabajen un neurólogo y oftalmólogo. En mi consulta, cuando el paciente llega se encuentra con dos médicos que intercambia pareceres delante de él, lo que al final desemboca en que tomemos las decisiones sobre su salud los tres juntos. No obstante, y como mínimo, recomendaría tener un neurólogo y oftalmólogo de referencia que se comuniquen con fluidez.

¿Es viable un médico experto en ambas especialidades?

Intentamos acercarnos a eso, pero la neurooftalmología como área es muy pequeña. En nuestro medio, esta subespecialidad no alcanza una actividad asistencial continua. Además, los oftalmólogos manejan una serie de aparatos que yo pienso entender, pero se me escapan muchas cosas, y a la vez nosotros hacemos muchos planteamientos que el oftalmólogo, ya maneja con soltura, pero que hay matices que no contempla. Imposible no hay nada en esta vida y seguro que hay gente que lo hace estupendamente, pero es difícil, por lo menos en nuestro medio.

En su hospital también ustedes hacen mucha investigación en neurooftalmología.

Hacemos lo que podemos. Nuestra principal línea de investigación es para una patología en concreto que se llama hipertensión intracraneal idiopática, una patología que afecta especialmente a mujeres jóvenes. En esta enfermedad, el líquido encefaloraquídeo, que está continuamente circulando alrededor del cerebro, deja de hacerlo bien, por lo que aumenta la presión dentro de la cabeza; los nervios ópticos que comunican el ojo con el cerebro sufren ese aumento de presión, provocando náuseas y vómitos. Sobre esta patología hemos conseguido sacar una guía de trabajo.

¿Estas patologías tienen que ver con salud mental?

Este es uno de los problemas que tenemos. El paciente acude a consulta con una queja subjetiva de que no ve bien. Como médico lo estudias y ves que tanto el ojo, como el nervio óptico y el cerebro están bien y entonces quedan dos opciones. Puede ser una enfermedad no diagnosticada en la medicina -lo que es muy infrecuente- y otra es que haya algo en tu cabeza que no funcione bien y que te genera esa queja de mala visión. No es algo muy frecuente pero ocurre, por ejemplo, en trastornos depresivos graves que se manifiestan como sensación de mala visión o de no visión. Y es muy difícil transmitirle a una persona que su queja obvia de visión es por un problema psiquiátrico.

En cuanto a la asistencia, ¿ha encontrado dificultades para ejercer su labor asistencial con este tipo de patologías?

Son patologías complejas, y con problemas que a simple vista y de forma evidente no se pueden diagnosticar. Son pacientes que requieren de una gran cantidad de estudios y no es ningún secreto que el sistema tiene ciertas listas de espera y retrasos para hacerse las pruebas. Para estas enfermedades, que además son raras, hay que hacer muchas pruebas y si se retrasan un mes o dos, al final ves que el abordaje del paciente se ha retrasado tres meses.