Siempre he sentido una especial atracción por la isla de La Palma, quizá debida a mi estrecha relación con personas de su entorno implicadas en el mundo comercial que he hallado durante más de cuarenta años. Áureo Cutillas, que fue gerente de la fábrica de harinas Topham, ubicada en el Puerto de la Cruz, nunca olvidó sus raíces palmeras? ni a sus amigos de juventud; era una delicia hablar con él de sus experiencias en aquella época, de su participación en los Enanos, de su amistad con personas que luego jugarían un importante papel en el desarrollo de la Isla. También Manuel Rodríguez, gerente de Harinera Palmera, más conocido como Manolo Conde -segundo apellido de su padre-, persona que desbordaba cordialidad y que inmediatamente se granjeaba el afecto de sus interlocutores. Por último, aunque la lista sería interminable, José Francisco Checa, actual párroco de El Salvador, de cuyo destino en la parroquia de María Auxiliadora, en nuestra ciudad, todos los feligreses guardamos un gratísimo recuerdo.

Pero sería injusto no recordar en este comentario a don Aurelio Feliciano, una persona inolvidable cuya valía no sé si ha sido debidamente reconocida en su isla. Fue él, en el ya lejano 1962, cuando realicé mi primer viaje a la Isla Bonita, quien nos atendió a mí y a mi socio con un entusiasmo difícil de describir con palabras; como dirían los ilustrados, inefable. Deseaba instalar cerca de la zona portuaria una fábrica de viguetas y bovedillas, que luego sería el motor que impulsó el desarrollo de la construcción no solo en Santa Cruz sino en toda la Isla. Inquieto, caballeroso en el trato, con una personalidad arrolladora, "abría las puertas" que para los extraños permanecían cerradas, lo cual nos valió para conocerla de "cabo a rabo".

Lo curioso -y es eso lo que me ha impulsado a escribir este comentario- es que ya por aquel entonces don Aurelio manifestaba con claridad su preocupación por el futuro de su isla. Totalmente dedicada a la agricultura, ajena al desarrollo industrial que ya despuntaba en las dos islas capitalinas, entendía que la suya no podía permanecer al margen; tiempos vendrían, y no se equivocaba, en que la competencia marcaría parámetros que el agro palmero tendría problemas para superarlos.

No podía pensar entonces nuestro personaje en la importancia que a nivel mundial iba a tener el Instituto Astrofísico de Canarias y, concretamente, el observatorio instalado en el Roque de los Muchachos. Creo que esa instalación ha sido para La Palma una bendición, pues a su sombra muchos otros sectores de la economía de la Isla se han visto favorecidos, ajenos al agrícola. Por eso -al fin llegué al motivo de la preocupación que manifiesta el título del artículo- me ha sorprendido leer en EL DÍA del 6 de enero p.p. la denuncia de los Amigos de la Astronomía de La Palma sobre la "invasión" lumínica que, repentinamente, está inundando toda la Isla. Afirma este colectivo que es difícil de entender por qué se está propiciando este tipo de instalaciones en muchos rincones de La Palma, viva o no viva alguien, y apoya su denuncia con una foto del mirador de la Breña que, en mi opinión, constituye un atentado contra la Ley que protege a la Isla en ese sentido.

Ante esto solo se me ocurre preguntar por qué las autoridades supramunicipales no han impedido ese desaguisado. ¿No se dan cuenta los ayuntamientos afectados de que están perjudicando con sus acciones el futuro del IAC en su isla? Están en juego muchos empleos relacionados con el Observatorio del Roque y resulta lamentable que algunos, quizá por motivos electoralistas, quieran apuntarse tantos que a nadie benefician. Peor todavía, perjudican a la colectividad.