Al nacionalismo no se le puede orillar. Es el nuevo motor de la historia. Prevalece la categoría de nación mas que la de clase. Alain Touraine ya lo dijo: "El nacionalismo es un actor no moderno que crea modernidad".

La nación es una entidad histórica que un día se consolida y otro desaparece.

El nacionalismo puede emerger desde "abajo", pero será un nacionalismo débil.

Si se prodiga desde "arriba", desde una "inteligencia" nacionalista, sí triunfará.

De la misma manera que no hubiese existido el marxismo sin Marx, no existirá el nacionalismo consecuente si carece de una estructura ideológica (superestructura) que asuma un marco de discusión nacionalista ante un territorio concreto, como es Canarias, para obtener adecuadas propuestas y respuestas a las políticas a desarrollar.

Serán políticas que tardarían, ya que el pensamiento surge y se puede reconvertir en un intervalo de tiempo relativamente corto, pero poner el pensamiento en rodaje tarda, y más si hay piedras que se cruzan en el camino.

La nación y el estado son contingentes. Una nación sin estado es un cuerpo inerte, sin calor y aterido en su quietismo por carecer de los ropajes institucionales de un estado.

Se habla de la Constitución como un texto sagrado inamovible. Pero cuando los textos se anquilosan y no dan respuestas a las preguntas de algunos territorios, no tienen otra alternativa que removerse, adaptarse. En España han existido ocho constituciones, comenzando por el Estatuto de Bayona de José I y terminando por la actual.

Y si no fuera así, que es el inmovilismo el que manda, este será compañero de las grandes torpezas que se cometen por tener una visión corta de la política y por eludir la responsabilidad que tienen los pueblos consigo mismos y con la historia.

Sin estado los pueblos carecen de poder y, por tanto, sin historia. Su vida se resumirá en una narración plena de ocurrencias.

Y la ocurrencia en el escenario de la política es la peor arma arrojadiza que se puede ejercitar en el espacio de la carantoña o de la chafalmejada; no da salida ni a los pueblos ni a sus apetencias.

Es evidente que el nacionalismo se construye sobre un cierto sentido de identidad cultural. La cultura es la pulpa donde crecen los gérmenes de una futura nación.

El nacionalismo, al que algunos consideran un sentimiento, es una ideología que indica el camino a seguir para la construcción nacional de un territorio.

La nación desea la independencia y los nacionalistas simplemente articulan ese deseo y tratan de convertirlo en realidad.

Es este un punto de vista adoptado por los propios nacionalistas, a menudo, incluso, con una perfecta sinceridad; el que los demás acepten este punto de vista ya es otra cuestión.

El nacionalismo como senda obligada para la construcción de las naciones siempre está a la espera, no desmaya, sueña, pero saben de la importancia de dislocar algún día ese sueño para que después de tormentas y furnias aparezca en el horizonte un arco iris que anuncie un mundo diferente.