El otro día fui a escuchar a Antonio Alarcó a la Real Sociedad de Amigos del País de Tenerife (RSAPT), y fui porque iba a hablar de lo que más sabe: de Medicina. Antonio en un atril es divertido y ameno. Y se mostraba asombrado de cómo el Big Data, que no es otra cosa que la macroinformación que cada uno de nosotros dejamos en internet cuando visitamos una página, lo está cambiando todo. Dentro de poco y a este ritmo habrá más cuentas de Facebook que ciudadanos. El gigante ya supera a toda la población de China ampliamente y está muy distanciado de sus competidores, que por si fuera poco son propiedad suya, de Facebook: como WhatsApp, como Instagram. Los datos que metemos en esa nube inmensa, cada vez que utilizamos internet, son grabados y almacenados para venderlos a grandes multinacionales que generen tendencias según los gustos que nosotros les hemos mostrado visitando cada página web.

El saber ya no está en los libros, está en Google, y es que en Google están los libros. Tras Bill Gates (Microsoft), Steve Jobs (Apple) y Marc Zuckerberg (Facebook), el gran hombre que está despuntando mundialmente es Elon Musk. De 47 años, ingeniero aeroespacial, inventor del turismo al espacio; diseñador del Hyperloop, el transporte más rápido del mundo que es una especie de tren que alcanzaría los 1200 km/h, es una mente privilegiada que no para nunca. Es el inventor de Tesla y los coches que funcionan sin conductor. Pero Musk ha topado con lo éticamente conflictivo. Se preguntó que si teníamos todos los datos de Google en el móvil, por qué no los podríamos tener en un chip adherido a la cabeza. Nuestra memoria y cocimientos se multiplicarían por infinito con mil aplicaciones ganando tiempo al tiempo. Hoy, uno de los pocos reparos que tiene la propuesta de Musk son éticos al desconocer cómo lograr controlar el chip y que él no nos controle a nosotros. Y llegará. Qué miedo tú.

@JC_Alberto