María es una emigrante, procedente de Galicia, que llegó a Venezuela en la década de los 50 del pasado siglo. Llegó de la provincia de Orense, exactamente del pueblo de Amoeiros. María emigró con apenas 19 años, porque su padre falleció y su madre necesitaba respirar de la pena que la ahogaba. El 21 de agosto de 1953, María llegó a La Guaira. Ella sola, bueno, con Rómulo. Cree recordar que el barco donde viajó se llamaba "Fortuna".

En la travesía conoció a Rómulo, un joven campesino de Lugo que embarcó también, pero que se enteró de que iba a Venezuela dos días después de haber zarpado. Realmente, Rómulo a donde quería viajar era a Brasil, a buscar a un pariente, pensando que Brasil sería del tamaño de su aldea gallega. En los puertos españoles, en la época de la emigración, muchas almas desalmadas enviaron a personas que tenían la necesidad de buscar otros rumbos a destinos diferentes, bien por convencimiento o porque, bajo engaño, los embarcaban en el primer barco que salía.

Esta historia es diferente a todas las historias con tintes rosas que suceden en un trasatlántico. No era ni el "Titanic" ni el "Queen Elisabelth", era un barco que transportaba emigrantes desde Galicia a América y ellos viajaban en tercera clase. La historia es diferente, pues fue María la que asistió a Rómulo, durante toda la travesía, por unas fiebres altas que casi le cuestan la vida al obediente lucense.

María lo cuidó, como ya había hecho con un hermano al que alimentó como a un pajarito hasta que murió. Cuando llegaron a Martinica, María sacó fuerzas de donde no le quedaban para incorporarlo y que viese la tierra. Fue el agua de coco lo que curó a Rómulo, aunque ella sabía que había sido Nuestra Señora de la Franqueira, a quien invocó durante toda la travesía.

Una vez llegaron a La Guaira, nunca más se separaron. María era quien tomaba las decisiones más importantes: "Romuliño, nos vamos para Caracas", "Romuliño come que estás débil", "Romuliño, mejor será que nos casemos". Y así fue. El 21 de marzo, en la parroquia de San Judas Tadeo, en el populoso barrio de La Pastora, a los pies del Ávila, contrajeron matrimonio. El cura los casó sin haber llegado las partidas de bautismo de Galicia porque los vio "buenas personas".

En la parroquia de la Candelaria, por el centro de Caracas, se encargaron de una portería de un edificio de diez pisos y mientras María tenía el edificio como los chorros del oro, Rómulo trabajaba como camarero en un restaurante de comida española a dos manzanas (cuadras en Venezuela) del edificio de condominios.

Llegaron los hijos. Tres, todos ellos varones. Álvaro y Anselmo, gemelos, y después Augusto, apenas con un año de diferencia. A María siempre le quedó el desconsuelo de no tener una hembra, porque "no sabía que nueras le tocarían".

Así fue transcurriendo la vida y aplazando el viaje a su Galicia natal, porque la prioridad eran los tres hijos. "Algún día volveremos, la aldea de ahí no se mueve", decía María.

Y llegó "La Revolución". Ellos que siempre habían simpatizado con Acción Democrática, y Rómulo, que conoció en el famoso restaurante a su tocayo Rómulo Betancourt, a Raúl Leoni, a Carlos Andrés Pérez y a Jaime Lusinchi, que fueron presidentes de Venezuela; se vieron de repente en otra disyuntiva política. Sus parientes de Cuba le advertían que no se dejaran convencer de estos cantos de sirena.

Y pasó el tiempo. Los hijos de María tuvieron que emigrar o huir. Álvaro, que era militar, desertó y ahora está en Tenerife, porque se casó con una hija de un tinerfeño emigrante, Anselmo fue de los expulsados de la compañía de petróleos de Venezuela y se fue con toda su familia a Miami. Y a Augusto el destino lo llevó a Nueva York. Ahora es restaurador del Museo Metropolitano de esa ciudad.

Las Navidades pasadas, ya solamente eran ellos dos y una señora viuda de Santiago de Compostela. Antes eran más de veinte personas para celebrar la Nochebuena.

La casa está llena de portarretratos con todos sus hijos y nietos. Recuerdos que se entremezclan con el deseo de María, que sigue soñando, casi 70 años después, con volver a la aldea gallega, a su Amoeiros natal.

Rómulo recibe las medicinas que le mandan sus hijos para sus achaques cardiacos y sueña con volver a ver a otro presidente almorzando en ese restaurante de La Candelaria, aunque ya casi no va.

Y mientras tanto, María, con sus ochenta y pico de años, sigue acudiendo a todas las marchas para apoyar a Juan Guaidó. La esperanza los mantiene vivos.

*Vicepresidente y consejero de Desarrollo Económico del Cabildo de Tenerife