Mi hostilidad de siempre a la ciencia ficción hizo que no leyera "1984" de George 0rwell hasta ahora. En él solo veo apelaciones al presente. No es lo mismo desarrollar una enfermedad hasta el final, que incubar los gérmenes de la patología en grado importante y que asomen sus síntomas. Estaríamos así prefigurando el despotismo con la oclusión de los canales de control de la ciudadanía al Gobierno cuando se ha alejado de las pautas elementales de decencia y cumplimiento de sus compromisos políticos, de veracidad y uso honrado y legalista del poder. Un camino erizado de mentiras, engaños, incumplimientos, plagios, oportunismo, egolatría, cinismo, amenazas de querellas, aprovechamiento personal, nula receptividad y empatía. Este es el nuevo tiempo: el de las conductas y personalidad del dirigente, que es lo que cobra total relevancia con sus acusadas tendencias al despotismo. Es cuando creen los analistas que pasar del bipartidismo al pluripartidismo supone inaugurar un tiempo histórico (que les dé más cancha), sin fijarse en la personalización de la política por líderes tan inusitadamente anómalos y sin escrúpulos.

El mayor síntoma de la crisis de la democracia liberal representativa estriba en la importancia que cobran políticos de pavorosa insuficiencia. La genealogía de esta anomalía arranca con Zapatero y más allá del matrimonio gay, queda la cristalización en la nueva política del "buenismo", "adanismo", irresponsabilidad absoluta en favor no ya de una ética de convicciones sino de la propia e infantil autoevaluación y alarde morales, que nada interesan a los ciudadanos. Un adolescente compulsivamente mentiroso. El PSOE refundado por el perfil psicológico de sus líderes contamina a la militancia (poquísimos) que los elige y mantiene. Con trapacerías de urnas, desempeño de comercial volante de gangas, estultas consignas, populismo modeló el partido.

Esta época tan funesta se refuerza comparándola con otros políticos del PSOE, cuya imagen de excelencia y dignidad fulge con más fuerza: Felipe González y Alfonso Guerra, frente a la penosa podredumbre de nuestro doctor, adláteres y agentes.

Alfonso Guerra ha vuelto a ser claro: con el doctor la política ha dejado de ser marco de comprensión en favor del psicoanálisis. Felipe González también ha denunciado al Gobierno desde su prestigiosa Fundación, algo que nunca tendrán Zapatero ni el doctor plagiador. La dimensión internacional de Zapatero ya la estamos viendo: se reduce a ir trastabillando bobaliconamente tras Maduro. El doctor Sánchez, menos teórico que Kautsky, menos sencillo que Olof Palme, escribe un libro de autoayuda sobre su aviesa resistencia al propio partido y ciudadanía.