Era otra época. Tiempos duros. Se metían en el agujero con una maza y una barra de acero, algunos con cartuchos de explosivos, y comenzaban a picar durante jornadas enteras. Eran mineros, llámelos cabuqueros, picapedreros u obreros, pero en realidad eran mineros en busca de agua con carburo para iluminarse.

Las primeras galerías tenían metro y medio de ancho por 20 o 30 centímetros más de alto. Allí trabajaba ese grupo de hombres, duros como rocas, en la década de los 60 del siglo pasado. Una vagoneta para sacar el escombro y la esperanza de encontrar una gota de agua. Se picaba casi en horizontal, con apenas una ligera pendiente para sacar el tesoro líquido por gravedad, durante cientos de metros, incluso kilómetros. Uno de esos agujeros supera los seis kilómetros de profundidad, más otros dos en diferentes galerías. Sí, lo que usted (que lee) piensa, una locura.

El Gobierno de Canarias abrió en el presente una ventana al pasado y se acordó de ellos. Fue un homenaje emotivo, sincero, con un vídeo donde además de dar las claves del negocio del agua, aquellos rudos mineros ahora ancianos recordaron la vida debajo de la tierra. Nicolás Pérez, un cabuquero centenario, explicó que "entraba y salía a oscuras (de la galería) porque se me apagaba el carburo porque no tenía fósforos (...). Se pasaban trabajos, pero aquello me gustaba".

Eulalio Hernández subrayó que ser minero del agua fue casi una obligación: "Ir a las galerías fue porque ya no tenía dónde trabajar. A los tres o cuatro meses me hicieron capataz de cuadrilla". Estuvo más de veinte años en cuatro excavaciones. "Me proponían más dinero y entonces dejaba de entrar en una e ingresaba en la otra". Antonio Rodríguez era contratista y no esconde que en ese tiempo "había mucha miseria. Algunos llevaban el zurrón con gofio solo y lo pasaban por los higos de unas higueras que tenían enfrente de la galería".

Lo de abrir agujeros en busca de agua era, para qué engañarse, una lotería. Se miraba la humedad en barrancos, en laderas, y allí se comenzaba. Un poco de suerte había que tener. En muchos de los intentos que se prolongaron durante años nunca se encontró nada. Fueron esfuerzos baldíos. En otros, se tardaron lustros e incluso décadas para alcanzar una bolsa de agua. Una generación comenzaba a picar y la siguiente era la que la encontraba. Así era de duro.

"Se preparaban los aparatos de carburo, que era la luz que uno tenía en aquellos tiempos, y se trabajaba toda la jornada, y era a mano. Eso no era con motor ni mucho menos. Eso era un pistolete, una maza, teníamos una de tres kilos y otra de cinco, y a hacer agujeros. Se trabajaba noche y día", relata Tomás Israel Machín en la proyección financiada por la Consejería de Agricultura, una auténtica joya sobre esta actividad.

Es complejo saber el tiempo que los primeros mineros pasaban dentro de la galería. Víctor Hernández Montelongo aún piensa que "como no tenía reloj... Era un trabajo bueno para ese tiempo, pero ahora lo reconozco como malo". Juan Manuel Rodríguez, otro duro cabuquero, va incluso más lejos en su reflexión: "Yo a veces pienso cómo uno no se mató ahí dentro. Mal comido, mal dormido...".

Todo aquello mereció la pena. De cultivos de secano o de esperar una buena lluvia al desarrollo pleno de la agricultura. "En su momento fue la salvación de estos campos", apunta el empresario Manuel Sanfiel. "Gracias a que llegó el agua se empezó a producir y la costa se empezó a regar", apunta Raúl Rodríguez, gestor en aquella época.

Así era aquella vida. Quien mejor la resume es la mujer de un cabuquero. Victoria Pérez admite que "sufría porque iba a un trabajo muy peligroso. Sufriendo hasta que él llegaba". Sí, era otra vida.