Entre el miércoles y ayer recibí más de una docena de enlaces por WhatsApp al libro de Pedro Sánchez. Enlaces pirata. Va a ser el libro político más leído de la temporada, pero derechos de autor le van a caer pocos, me temo. Pobre, va a tener que seguir viviendo de su salario de presidente hasta que pueda vivir del de expresidente. La cosa es que anoche me quedé como bobo leyendo hasta las tantas sus prememorias y justificaciones. Malempleadito tiempo. Es verdad que en este país de lectores de solapas y titulares, nos habíamos quedado todos con el primer disparate de la primera página, el que habla de su primera decisión presidencial (adoptada conjuntamente con Begoña), que fue la de cambiar el colchón nupcial, hollado (es un suponer) por los escarceos maritales de don Mariano. Sánchez justifica el cambio de colchón en su experiencia como inquilino que ha vivido de alquiler. Una imagen muy gráfica, a saber. Pero es cierto que es la suya una prevención compartida, efectivamente, por miles y miles. Los mismos miles y miles que obvian la misma prevención cuando pasan una noche de hotel en una cama usada -probablemente con una intensidad media superior al uso de la cama monclovita- por miles de huéspedes. En fin, no voy a criticar a Sánchez por su decisión colchonera. Quizá sí por contarla en la primera página del libro que -con prosa de quinta fila- le escribió una propia, Irene Lozano, y por hacerlo después de explicar el carácter simbólico de la primera decisión de un presidente electo. Cambiar el colchón, Jesús.

Es recurrente la preocupación de don Sánchez por cambiar mobiliario y atrezo y contarlo al respetable. Su primera decisión al llegar al despacho del secretario general del PSOE en Ferraz -nos cuenta doña Irene en el manual del resistente- fue también cambiarlo todo. Empezando por las cortinas. Eran grises. Cambió cortinas grises por cortinas transparentes, puso plantas nuevas en los recibidores y pasillos y permitió que todos los empleados de Ferraz le aplaudieran cuando les explicó que no cortaría ninguna cabeza. Su discurso al personal de Ferraz fue napoleónico: algo así como "Desde estos despachos, siglos de historia nos contemplan". La cosa sube de nivel: de preocupaciones de decorador de interiores, al recurso a las citas. No siempre muy acertadas, como la atribución del "Decíamos ayer" de Fray Luis de León a San Juan de la Cruz, que de decir algo lo habría dicho sin duda en verso. En la versión electrónica, la atribución errónea viene ya corregida. Está claro que ni don Pedro ni su negra literaria son muy de santoral cristiano, si se exceptúa a San Pedro el breve, glorificado al alimón por doña Irene y por él mismo en cada una de las páginas, como si de un Churchill se tratara.

Recorro el libro con una cierta aprensión: no es que pretenda encontrarme con un Azaña o un Ortega (ellos, como Alfonso Guerra, escribían sus propios libros), pero sí estoy sorprendido de la insoportable levedad de un tipo que ha llegado a dirigir el segundo partido del país (a partir de las próximas elecciones será el primero otra vez), de su mínimo vuelo intelectual, su falta de grandeza y -sobre todo- de lo encantado que está de haberse conocido y haber cambiado de colchón. Su libro da para una tesis de psicología. A ver quién se la escribe.