La vida es terriblemente injusta y tenemos que vivir con ello. Tanto, que trata a uno distinto a otro ante el mismo acontecimiento. Y con ello tenemos que aprender a vivir. Se ha montado un buen lío con la suspensión de las actuaciones del cantante Manny Manuel en el Carnaval tinerfeño. El ídolo salsero (del que no soy fan) actuó ebrio en el Carnaval de Las Palmas y vídeos, colgados de red en red, dieron muestra del estado del artista antes de subirse al escenario. Dadas estas circunstancias, han sido suspendidas sus actuaciones aquí. La música y el desfase, en determinados géneros más que en otros, están íntimamente ligados, y no es deseable que el público, sobre todo el más joven, vea encima de un escenario a un ídolo con un gran cogorza, mientras se le aplaude como si fuera una conducta a imitar, hasta como si fuera un dios. Es responsabilidad de las autoridades públicas decidir en qué invierten el dinero de todos. Y este es el caso de que parece que no era el momento de actuar para Manny.

Pero parece que Manny no tenía una cogorza, sino una enfermedad, según leía ayer en el Facebook de un gran amigo suyo que lo animaba a luchar contra ella y a volver a dar lo que su amigo cree que es capaz de dar. Y yo me alegro de ese tipo de apoyo y le deseo a Manny Manuel una recuperación total. Ahora bien, ¿qué hubiese pasado si los que estaban encima del escenario hubiesen sido, por ejemplo, los Rolling Stones o Amy Winehouse? ¿Qué hubiese pasado si Keith Richards hubiese estado en uno de sus peores momentos o Amy dando tumbos? ¿Hubiesen anulado su actuación? Yo creo que no. La solución no pasa por poner un alcoholímetro en la rampa del escenario, pero estamos ante un asunto harto complicado en el que me alegra que las autoridades empiecen a poner coto.

@JC_Alberto