Al parecer, no hizo ninguna mella anímica y psicológica el golpe de Estado de los separatistas catalanes. Es asombroso que la experiencia más traumática que hubieran vivido tres generaciones de españoles haciendo suyo y vívido el recuerdo de los que nos precedieron no haya sido tratada ni considerada.

Varios libros y grandes artículos que se han publicado de la insurrección catalana a cargo de jóvenes escritores y periodistas que llevan la voz cantante en importantes medios han eludido el daño moral, la angustia directamente existencial de amenaza ontológica general, la demolición del presupuesto simbólico de identidad. Lo que Octavio Paz hubiera llamado el sentimiento de tener un lugar cierto en el mundo. Es muy lamentable esa omisión ya que ninguno de ellos (abiertos a la cultura de nuestra época) pertenece a la paleoizquierda, que hace que se consuman en su propia eternidad inercial los Manuel Rivas, Almudena Grandes, Manuel Vicent, Suso del Toro. En aquellos sí resulta extraño, no en estos fósiles sustraídos a cualquier evolución.

Resulta llamativa la omisión de toda repercusión anímica en la vida emocional de los españoles tras aquellos días extremos de septiembre con voladura institucional del Estado de derecho, e insurrección de 1 de octubre de 2017. Por las imágenes de televisión, a pesar de contemplar la resistencia escalonada en líneas de bomberos con atrezzo de combate, tractoristas, ancianos entrelazados y niños iniciados en experiencias de fuerza y uniformes, y recuas de histéricos de psiquiátrico, sabía que no podía ir elevándose los heridos de cien en cien hasta mil sin muertos. La fanatización no estaba solo en el acto/confrontación de la votación ilegal, sino en las instituciones y sus partes médicos.

Se produjo una gran censura cultural, hiato que emulaba al del Cañón de Colorado. Nuestra época está suficientemente descrita, analizada y sistematizadas sus características: la subjetividad lo invade todo, ligada a una hipersensibilidad extrema, hemos devenido en sujetos pasivos de ofensas, desaires, injusticias, desconsideraciones todas y delirantes victimistas. Más infantilización y falta de responsabilidad por los propios actos no es posible. No hay nadie que no llore por casi todo e incluso preventivamente.

Fueron días, hasta el 4 de octubre que habló el rey, de grandes emociones colectivas, de agonía, orfandad y desplome moral y anímico, incertidumbre, el posible final de referencias históricas objetivas y elementales, belicosa insolidaridad catalana, endeblez extrema de la convivencia democrática, la angustia por desgarros violentos.

Y sobre esto nadie ha dicho nada cuando la alarma social suele ser cualquier tontería vocera.