Pocos viajes me han sacudido de un modo tan impactante como el último que he hecho a Venezuela. En mis casi ya diez años como eurodiputado, he visitado más de cuarenta países y he viajado con bastante frecuencia a América Latina, una región muy heterogénea con un potencial enorme hoy, enfrentada a algunos de sus retos políticos más relevantes, y en la que he vivido situaciones gratificantes, pero también muy sobrecogedoras, consecuencia, la mayoría, de las fuertes tensiones políticas que muchos de ellos experimentan.

Mi experiencia hace poco más de quince días en Venezuela y una semana después en la frontera colombiana de Cúcuta, junto a mis compañeros de la delegación el Grupo PPE del Parlamento Europeo, me ha golpeado especialmente. Es la primera vez en todo este tiempo que he sido testigo directo del más claro, despiadado y absoluto desprecio de un dictador hacia todo un pueblo devastado por la miseria, el hambre y la necesidad, en el que lamentablemente los derechos humanos hace ya hace demasiado tiempo que se quebrantaron. Nicolás Maduro no quiso que viéramos el infierno al que tiene sometido a toda una población que se ha rebelado y lucha por deshacerse de la parte más oscura de su Historia con la esperanza de poder reescribirla desde la libertad y la democracia real.

Por eso, nos expulsó sin contemplaciones justo al aterrizar en el Aeropuerto Simón Bolívar de Caracas el pasado 17 de marzo, pese a haber sido invitados oficialmente por el presidente encargado, Juan Guaidó. Los secuaces de Maduro nos retiraron el pasaporte, nos retuvieron durante dos horas y se negaron a darnos una sola razón para ello. Es su modus operandi; el modus operandi de un déspota que ha condenado a los venezolanos a sobrevivir en la devastación, en su obsesión por perpetrarse en ese poder que ya no le pertenece. Es el modo de proceder de un opresor que cierra las fronteras del país con militares armados, impide la entrada de la Comunidad Internacional y de los miles de voluntarios que solo querían colaborar y facilitar la gestión de la ayuda humanitaria, manda quemar convoyes repletos de alimentos y medicamentos, y amedrenta a periodistas extranjeros. Y esto no me lo ha contado nadie... Lo he vivido yo, en primera persona, in situ.

Venezuela es hoy un infierno ante el que la Comunidad Internacional debe reflexionar y pronunciarse con claridad; también la Unión Europea. Y principalmente España, pese a tener en estos momentos el gran problema de estar gobernada por un presidente socialista, Pedro Sánchez, más próximo a las astucias de Maduro, que al juego limpio de Guaidó. Los demócratas hemos de implicarnos para que la violencia, la enfermedad y la desnutrición no sigan provocando miles de muertos. Hemos de encontrar una solución pacífica a este conflicto. Es también nuestra responsabilidad porque Venezuela se merece volver a ser un país libre.

*Eurodiputado del Partido Popular