La contribución al comercio global de ese engendro comunista/capitalista que es la China actual ha alcanzado tal magnitud que podría decirse hoy casi lo que se decía antes de que cuando estornudaba Estados Unidos el mundo se resfriaba.

Y el país que hace ahora diez años ayudó a sacar al mundo occidental de la profunda crisis en que la habían metido la enorme codicia y total irresponsabilidad de la banca y la inacción de los gobiernos presenta fuertes síntomas de enfriamiento.

Ese enfriamiento afecta a los sectores que más han contribuido al crecimiento económico del gigante asiático como el de las infraestructuras o el de la construcción: todo el mundo habla ya de una burbuja inmobiliaria que podría estallar en cualquier momento.

Algo especialmente grave cuando, como informa la prensa económica, los chinos tienen precisamente tres cuartas partes de su riqueza invertida en el sector inmobiliario. Pero ocurre también con otras industrias como la energía solar, fuertemente subvencionada hasta hace poco tiempo, el sector químico o el carbón.

El año pasado, la economía china creció, al menos según las estadísticas oficiales, un 6,6 por ciento, porcentaje muy superior al de las otras grandes potencias económicas, pero el menor registrado desde 1990.

Parece un hecho que la economía exportadora china, principal motor del crecimiento, tropieza ya con sus límites. Y la clase media, fuerte impulsora del consumo interno, comienza a sentir en carne propia los efectos de la crisis.

Es cierto que el país ya no es exclusivamente el fabricante de productos baratos para Occidente. Han subido allí los salarios y otros países asiáticos como Bangladesh o Vietnam tienen una mano de obra mucho peor remunerada a la que recurren ahora nuestras empresas.

China ha dado en las últimas décadas un gran salto y se ha convertido mientras tanto en una gran potencia tecnológica, sobre todo de alta tecnología, capaz de competir con Japón, Estados Unidos o la Unión Europea.

Pero sus empresas punteras como Huawei se han topado de pronto con Donald Trump, que acusa a China de haberse aprovechado de la debilidad de los anteriores gobiernos y parece dispuesto a dificultar sus proyectos de expansión, sobre todo en el campo de la telefonía móvil de la quinta generación.

Esgrimiendo el supuesto peligro de espionaje gubernamental de los comunistas chinos mediante esas redes, Washington no ha dejado de presionar, en muchos casos con éxito, a sus aliados para que no acepten esa alta tecnología china.

Al mismo tiempo, tanto Estados Unidos como los gobiernos europeos no ocultan su disgusto con las onerosas condiciones que, en materia de transferencia de tecnología, impone Pekín a las empresas occidentales que se asocian con las chinas para operar allí.

Y reclaman una flexibilización de esas reglas a la vez que acusan a China de haberse dedicado hasta ahora impunemente al robo de propiedad intelectual en provecho propio.

Los gobiernos occidentales aumentan así la presión sobre China, que para seguir creciendo depende fuertemente de las exportaciones, amenazadas ahora por los aranceles que anuncia EE UU y que podrían provocar una fuerte caída de su PIB.

Pero el conflicto entre Pekín y Washington y la crisis económica que se anuncia ya en China amenazan también a Europa y de modo especial a Alemania, país que hace años importaba del gigante asiático bienes de consumo baratos mientras le vendía automóviles y alta tecnología.

Gracias a su crecido potencial económico, China ha podido comprar mientras tanto empresas alemanas punteras como Kuka, líder en el sector de la automatización. Incluso un diez por ciento de una de las empresas estrella del sector del automóvil, la Daimler, es ya propiedad de un inversor chino.

El enfriamiento de la economía china puede afectar muy directamente a Alemania y no sólo a su poderosa industria del automóvil, que, tras años de fuerte crecimiento, se resiente ya de la crisis, sino también a otros sectores: por ejemplo el de los muebles de cocina.

Y ya se sabe que si estornuda también Alemania, nos resfriaremos el resto de los europeos.