El futuro de Canarias se está definiendo ahora a miles de kilómetros de aquí. Lo que se está discutiendo a cara de perro en Gran Bretaña afecta a su futuro y al de la Unión Europea, pero además supone, para nuestras islas, la diferencia entre la vida y la ruina.

Canarias vive, esencialmente, de la venta de servicios turísticos. Facturamos diecisiete mil millones de euros, que es más del cuarenta por ciento de nuestro Producto Interior Bruto. Y ese dinero se basa en que cada año vienen a nuestras islas unos quince millones de turistas, de los que cinco millones son británicos.

Durante los últimos años, la política del Reino Unido se ha sacudido entre espasmos de demagogia. Para cosechar resultados electorales, un sector de los conservadores impulsó y ganó un referéndum para salir de la Unión Europea, como única manera -decían- de levantar fronteras ante una inmigración que les robaba el pan y el trabajo. Después de eso, todo ha sido un disparate en una sociedad dividida.

Ayer se votó en el Parlamento británico en contra de salir de la Unión Europea sin acuerdo. Es un rayo de esperanza en la oscuridad aunque el acuerdo no es vinculante. El problema es que no hay acuerdo ni parece posible conseguirlo. Y los negociadores de la Unión Europea empiezan a estar hartos del colapso mental de los británicos, que a veces parecen no saber realmente lo que quieren.

En un escenario de salida pactada, los daños para Canarias serían importantes. Según el Banco de Inglaterra el PIB británico descendería unos cinco puntos. Algo similar, en menor escala, ocurriría en la Unión Europea. El brusco descenso de los intercambios comerciales y del crecimiento económico supondría menor renta disponible para los británicos y alemanes, que son nuestros principales mercados emisores de turismo. Sería muy malo para las Islas. Porque lo primero que se elimina en momentos de dificultades es el gasto suntuario de unas vacaciones.

Pero en la hipótesis de una ruptura sin acuerdo -y repito que ese acuerdo sigue pareciendo absolutamente imposible- los efectos serían devastadores. Gran Bretaña tendría una caída del PIB de hasta diez puntos. Sería a todos los efectos un país extranjero y las complicaciones aduaneras al libre tránsito de personas y mercancías podrían llegar a la exigencia de un visado. Si fuera así, además del negro panorama que se abre para los miles de británicos residentes en las Islas, la pérdida de turistas sería masiva e inevitable.

En este país macarronésico y carnavalero seguimos a día de hoy entre grúas y elecciones, perdidos en nuestros pequeños juegos de salón, mientras se está dirimiendo el destino de nuestros cogotes. Recemos para que haya un acuerdo. Porque si al final se vuelve a liar y todo se rompe, haga usted el favor de meter esta columna dentro de una botella y échela al mar, para que alguien sepa que hay dos millones de náufragos en siete barcos hundidos en el Atlántico.