A medida que se acercan las elecciones estamos siendo víctimas de un optimismo inconsciente, impostado y falsamente feliz, con el que nos castigan a diario nuestros políticos. La difusión de los datos del último informe del servicio de estudios del BBVA sobre la economía canaria ha provocado una inesperada satisfacción y alegría en nuestros gobernantes. El informe asegura que el crecimiento de la economía de Canarias será este año del 2,4 por ciento, y del 1,8 por ciento en 2020, lo que permitirá que las Islas se conviertan en la segunda región española donde se cree más empleo esos años, con una reducción del paro del 2,7 y 2,5 por ciento en esos dos años. Y son esos porcentajes -que supondrían la creación de 47.000 nuevos trabajos- lo que ha llevado a la consejera de Hacienda y portavoz del Gobierno, Rosa Dávila, a felicitarse inmediatamente por la coincidencia entre los datos del BBVA y los de su consejería, y a manifestarse muy optimista.

Lo cierto es que no hay de qué. Lo primero, los datos del BBVA y la Consejería no son tan coincidentes. Sorprendentemente, los del BBVA son medio punto más optimistas que los de la Consejería, y supongo que eso habrá puesto a la consejera más contenta que si hubiera ocurrido al revés. Pero ese medio punto de diferencia viene a demostrar que en el tiempo que vivimos, lo que prima es la indefinición, la dificultad para hacer pronósticos fiables. Aquí sólo hay dos hechos perfectamente contrastables: uno es que Canarias encadena siete años consecutivos sin recesión, y el otro que año tras año, el crecimiento disminuye. Y eso no es una buena noticia. No lo es, porque al ritmo de creación de empleo que llevamos, Canarias tardaría nada menos que diez años en recuperar el pleno empleo, y eso suponiendo que no aumente la población activa, algo que -obviamente- no va a ocurrir. Lo peor es la advertencia sobre los sectores que se ocuparán preferentemente durante estos dos años de la creación de empleo: la construcción, que ha demostrado su volatilidad en situaciones de deflación, y el sector público. Los políticos han olvidado ya que estuvimos en crisis y se lanzan alegremente por un peligroso tobogán, generador de más déficit y más deuda. Además, diez años para resolver el problema de uno de cada cinco canarios en edad de trabajar es mucho tiempo, sobre todo con las curvas que vienen, y que ni el informe del BBVA ni los datos de Hacienda pueden cuantificar con precisión.

El informe se ha presentado a solo diez días de que venza el plazo del brexit, y sin saber aún ni cuándo se producirá la salida de Reino Unido de Europa, ni cómo afectará eso al desempeño de los cinco millones de británicos que visitan cada año las Islas, y que nos aportan a nuestro PIB bastante más que ese 2,4 por ciento de crecimiento previsto para 2019. Tampoco sabemos el impacto que tendrá en nuestra economía la imparable guerra comercial desatada entre las grandes potencias, el recorte de las ayudas comunitarias resultado del empequeñecimiento de Europa, el recalentamiento más que probable de los precios de los combustibles, o -ya en política interior- las dudas sobre la estabilidad política española. Lo hemos fiado todo a una solución razonable de las tensiones políticas, que debería ser el resultado de las próximas elecciones. Pero con el paisaje político plagado de líneas rojas y fronteras infranqueables, parece difícil que las elecciones puedan resolver de verdad algo, si los partidos se niegan a ponerse de acuerdo en asuntos cada vez más necesarios, como la contención del déficit y de la deuda -este año subirá 30.000 millones de euros por encima de lo previsto-, el posible fracaso del sistema de pensiones, o el aumento de la presión fiscal.

En fin, que no hay demasiados motivos para la alegría. Lamento ser aguafiestas, pero ya saben que se dice que un pesimista es un optimista informado.