Implacable en la crítica con el poder y la guerra, poseedor de una riqueza léxica única, precisa y minuciosa, el novelista, ensayista y lingüista Rafael Sánchez Ferlosio, autor "a su pesar" de una de las obras indispensables del siglo XX, El Jarama, falleció ayer a los 91 años en una clínica de Madrid.

Sánchez Ferlosio, nacido en Roma el 4 de diciembre de 1927, hijo del ideólogo de la Falange Rafael Sánchez Mazas y de la italiana Lucía Ferlosio, ingresó a las tres de la madrugada en la Clínica Moncloa aquejado de vómitos y allí falleció hacia las nueve de la mañana, según explicó su amigo el periodista Miguel Ángel Aguilar.

La capilla ardiente de quien tenía los mayores premios de la literatura en español, entre ellos el Cervantes (2004) y del que Miguel Delibes decía que era el único escritor español de posguerra "que merecía la inmortalidad", se instaló a primera hora de la tarde de ayer en el tanatorio de la M-30 y hoy será enterrado en el cementerio de La Almudena. Considerado por muchos el mejor prosista español del siglo XX, un creador "completo" y referente moral para varias generaciones, era sorprendente, audaz y crítico con el mundo que le rodeaba, zurró en sus obras a los nacionalismos, la corrupción o la religión; se opuso públicamente a la guerra del Golfo y a la de Irak y calificó las celebraciones del V Centenario en 1992 de "indigno festival".

El autor conoció en la Facultad de Filosofía de la Complutense de Madrid, en la que hizo su doctorado, a los autores de la que se llamó Generación de los 50, es decir Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos y Carmen Martín Gaite, con la que se casó en primeras nupcias. Tras publicar Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951), recibió el Premio Nadal en 1955 por El Jarama, de inquietante realismo y a la que se han dedicado varios estudios científicos y lingüísticos.

Ambas se consideran un hito en la historia de la literatura de la posguerra pero él aseguraba que las "detestaba", especialmente la segunda, porque renegaba del género novelístico. La única excepción a su alejamiento de la novela llegó en 1986, El testimonio de Yarfoz, aunque no dejó de publicar entregas de relatos, desde Dientes, pólvora, febrero (1956) hasta El geco. Cuentos y fragmentos (2005).

A partir de los años 70, el autor, que ha recibido los mayores premios de las letras españolas, del Cervantes al Nacional de Ensayo o Nacional de las Letras, se dedicó sobre todo a los artículos periodísticos y al ensayo, y su obra se fue "complejizando" para exponer sus críticas al poder y al sustrato ideológico.

Dentro de su trayectoria se distinguen tres etapas: una de afición por la prosa literaria, reflejada en Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951); una de exploración narrativa, que dio lugar a El Jarama (1955) y otra de inmersión en el estudio de la gramática. Su libro de aforismos Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (1983) recoge textos de distintos géneros, que él bautizó como pecios, un género "indefinible" y "brillantísimo", según explicó en la jornada de ayer su apesadumbrado editor, Miguel Aguilar, del que es también testimonio Campos de retama.