Esta noche presenta en el Club La Provincia de Las Palmas de Gran Canaria, diario que al igual que El Día pertenece al grupo Prensa Ibérica, Primeras personas, un relato en el que el periodista y el escritor se funden en una sola persona: Juan Cruz Ruiz. El portuense no duda a la hora de definir este proyecto (Alfaguara) como una autobiografía con otros.

¿En qué medida las semblanzas, anécdotas y recuerdos que narra en Primeras personas conforman "los cristales rotos que, juntos, componen su autobiografía", tal como expresa en el prefacio del libro?

Sí, son un aspecto de lo que podría llamarse mi autobiografía con otros. Hay dos o tres autobiografías en la vida de una persona. Una de ellas es esta. He trabajado desde los 13 años en el periodismo, de modo que he estado cerca de 60 años hablando con gente, preguntándoles por sus acciones y por sus vidas. De esos años, al menos 40 he estado cerca o con gente de la cultura, sobre todo, literaria. Los escritores son, en su mayoría, personas de una enorme vulnerabilidad, de una inseguridad que los aboca al egocentrismo, sin el cual no harían nada, pues los espolea el deseo de ser reconocidos. Además, en el diario El País fui jefe de los colaboradores y entrevisté a muchos escritores; más de 3.000, según cálculos que han hecho otros, y como director de Alfaguara, la editorial de Günter Grass o Julio Cortázar, conocí de cerca sus sugestiones y sus manías, su grandeza y sus miserias incontroladas, y de todos ellos quedó mucho en mí. Por lo tanto, escribir de ellos es también escribir de mí mismo. Por eso, sin duda, esta es una autobiografía con otros.

Por otra parte, ¿Primeras personas nace también bajo el afán de glosar, bajo su prisma personal, un relato en torno al universo cultural y literario del último medio siglo?

Sí, en varios ámbitos y, todos ellos, de mi interés personal. Desde antes de llegar a la Universidad descubrí a muchos escritores latinoamericanos, a los que luego busqué y conocí en persona. Aquellas lecturas, tanto del boom como de antes del boom, fueron extraordinariamente vivas para mí. Aprendí, sobre todo, lo cerca estamos los canarios de aquella sensibilidad latinoamericana, a su lenguaje y a su manera de ser, desde Vargas Losa y Cabrera Infante a García Márquez y Juan Carlos Onetti. Aquel descubrimiento fue una fiesta para mí. En el libro -y en otros anteriores, como Egos revueltos o Especies en extinción y en Literatura que cuenta- y en muchos de mis artículos sobre literatura e influencias cuento esta fascinación. La fascinación conduce al entusiasmo y el entusiasmo obliga a la imitación. En este sentido, yo estoy conformado por esa realidad latinoamericana que, primero, fue literaria y, luego, ha sido humana, radicalmente humana, desde Rubén Darío hasta el último de los poetas que haya salido de aquella geografía y de este lenguaje.

¿Cómo seleccionó a las "primeras personas de su vida" que desfilan a lo largo de este relato?

Pues fueron saliendo como el libro, espontáneamente. El primero, Günter Grass, estaba claro: durante algunos años, desde que sufrió el acoso que se produjo contra él cuando volvió a decir, en Pelando la cebolla, que había estado en el ejército de Hitler, pensé mucho en él, así como en las consecuencias morales y en las heridas que sufrió por eso. Y le fui a ver a veces para darle un abrazo y, finalmente, para hacerle la que sería la última entrevista que se le hizo. Fue muy emocionante y agradable ese último encuentro, y quise contarlo en primer lugar. Y tenía seguro el último, que sería Caballero Bonald, que es, para mí, el escritor más completo entre los españoles de las últimas décadas, por su cultura, su ritmo y su personalidad. Su último libro grande, Examen de ingenios, una sucesión genial de retratos de gente a la que conoció, inspiró este libro. Y es inimitable. El resto de los retratos fue viniendo con la urgencia tranquila de la admiración, la perplejidad o el agradecimiento, ya que de todo ello hay en Primeras personas. Y todos son, precisamente, primeras personas. En muchos casos, fui su editor y, en ese mundo, el editor está detrás, porque los escritores son las primeras personas.

La observación de los gestos, los miedos, las fragilidades y, en definitiva, la manera de ser y de estar en el mundo de cada personaje con que se ha cruzado en su trayectoria es la emoción que atraviesa Primeras personas -e incluso, su obra entera-. ¿Cuál es la fascinación que despierta en usted contar las vidas de otros?

Creo que no soy nada, o no somos nada, sin los otros. No tengo demasiados amigos, salvo cuatro o cinco, que van yéndose y viniendo, y no me gusta acapararlos ni importunarlos con mi presencia. Me gusta que sepan que estoy cerca y los observo como seres que completan a la persona que soy, también con sus manías y con sus defectos. El afecto por los otros, trabajar en el afecto por los otros, contar sus vidas sin resentimiento, con esperanza, me ayuda a luchar contra la envidia o el rencor, pues estimar la vida ajena te ayuda a rebajar la importancia que estás tentado de darle a la tuya.

Este es un libro de memorias pero, ¿hasta qué punto es también un ejercicio de nostalgia?

La nostalgia y la melancolía son parte de la vida de quienes usamos la memoria para mejorar el presente. Sé que es un vano intento, pero la vida está hecha de intentos vanos. Este es un libro de memorias de los otros, donde la piel ajena en este caso se convierte en mi propia piel, pues cuando uno escribe sobre algo se apodera de algunos vestigios sentimentales, mentales y humanos de esas personas. Rudyard Kipling tuvo la tentación, durante la entrevista que le hizo a Mark Twain, de quedarse con su pipa de espuma de mar. Creía que de esa manera se llevaría el alma de su adorado colega. No sé si yo he pretendido eso, pero los lectores dirán.

¿Y es cierto que la narración se basa exclusivamente en fragmentos de su memoria, sin diarios ni anotaciones?

Así es. Excepto en casos muy contados, como en el retrato de Jorge Semprún, todos estos textos están escritos despacio pero de un tirón, como en los casos de Juan José Millás o Julio Llamazares, donde me mueven el conocimiento y la amistad, pero también me impulsan los hechos esenciales en las vidas o en las escrituras de ambos de los que yo fui testigo. Me gusta escribir desde lo que sé de primera mano, y aunque en Egos revueltos he escrito situaciones, anécdotas o hechos que yo mismo no presencié, debo decir que en este libro todo lo que está escrito es lo que he escuchado, visto o vivido directamente. Por tanto, es un libro escrito con mi alma y con mi vista retrospectiva, y quien toca este libro, en efecto, toca a las personas que hay en él, pues yo mismo las he tocado.

Aunque pueda traslucirse a lo largo de las páginas, ¿le emocionó especialmente revivir algún episodio concreto de los que glosa en este libro?

Muchos episodios del libro están marcados por la emoción de haber vivido historias con personas a las que ya, fatalmente, no puedo volver a ver o a escuchar, como mis padres, Isabel Polanco o Rafael Azcona, así como seres de mucha importancia personal, como Juan Cueto, Vicente Verdú o Peter Mayer, entre otros. En este libro hay mucha gente querida, pues con todos ellos trabajé y a todos ellos les deseé siempre la alegría y el bien que a mí me dieron. Sin embargo, la vida es un muro que se va cayendo para que se levanten otros muros.

A la luz de esta novela, ¿en qué instante transitó del periodismo a la literatura, tomando la palabra en lugar de recoger las palabras de otros?

Creo que en mi sensibilidad personal siempre han estado esas dos figuraciones, el periodista y el poeta. A los 15 años, cuando ya llevaba dos haciendo periodismo y escribiendo de fútbol en el semanario Aire Libre de Tenerife, donde me estrené, empecé a escribir textos poéticos. Para mí, era como si a Cristo, es decir, al periódico, le pusieran dos pistolas, las pistolas de la poesía. Muy pronto escribí Crónica de la nada hecha pedazos, cuyo título ya es una elección melancólica, y luego, escribí muchos libros, algunos de periodismo, pero muchos de ellos de raíz poética o autobiográfica. No me puedo desprender de mí, lo cual es una desgracia o una elección que está por encima de mí mismo.

¿Y en qué medida se entrecruzan y solapan por completo sus facetas literaria y periodística en Primeras personas?

En gran medida, la verdad. En primer lugar, porque expresa hechos que se pueden corroborar en la vida de todos los retratados. También incluye conversaciones que, en efecto, hubo, así como reseñas de libros o circunstancias que conforman la vida de todos ellos. Son primeras personas de las que yo he sido testigo. Esta atención permanente me ha dado la posibilidad de escribir de lo que fueron o son, y ninguno de ellos, hasta el momento -los que están vivos, naturalmente-, me ha dicho que haya un dato que no se corresponda con lo que cuento. Esta última no es tan solo una satisfacción de periodismo, sino una razonable y buena sensación humana.