La tendencia a acudir menos a las urnas en Canarias (bien por aquellos tópicos del sol, la playa o la orografía, poco defendibles si existiese una concienciación democrática potente) también se repite en el histórico de elecciones al Senado desde 1977. Salvando los extraños datos de ese primer año (cuando el propio Ministerio del Interior registra un escueto 10,28% de participación global a la Cámara Alta y un ridículo 1,26 isleño), el diferencial entre todos los comicios (ya con afluencias más lógicas, salvo en 1982) arroja una distancia menor que la que se ha dado al Congreso, pero igual de significativa. Si en toda España se ha votado en una media del 63,91 al elegir a los senadores, el Archipiélago presenta un 57,64%, lo que supone un 6,27% menos.

Aunque se trata de los datos oficiales del ministerio (si bien no casan con la suma de votos a los senadores de forma individual), en 1977 el país votó a esta Cámara solo en ese 10,28% (2,42 millones de votantes y una abstención de 21,1 millones). Esta excepción fue mucho más llamativa en Canarias, con un raquítico 1,26, lo que supuso solo 9.630 personas depositando sobres de un censo electoral de 762.795.

Más allá de esta anomalía, la situación se normaliza en 1979, con un 67,43% en el Estado frente al 60,81% de la región. En 1982, sin embargo, y aunque es cuando se registra la mayor participación de la historia al Congreso, el país arroja un bajo 37,44% en el Senado, lo que permite a las Islas, por una y solitaria vez, superar la media estatal, al alcanzarse aquí un 41,91.

Desde 1986, los porcentajes se regularizan y, aunque suelen ser menores que a la Cámara Baja, presentan picos incluso altos en ciertos años. Un buen ejemplo es 1986, cuando se da una media estatal del 70,32%, si bien en la comunidad canaria es un punto inferior, del 69,05%.

Al ser un voto directo a la persona (y no depender su elección del porcentaje de voto ni de los restos, sino de si suma un sufragio más que los oponentes al acta en disputa), en las participaciones influye el carisma y tirón de ciertos políticos. En 1989, el país volvió a acercarse al 70% (justamente el 69,87), mientras que las Islas bajaron a un 62,05.

La segunda mayor participación en el país se dio en 1993, año de la encrucijada de si los españoles le daban una oportunidad más al PSOE, como así fue, o apostaban por el PP. En el Estado, el Senado registró un 76,77% de afluencia a las urnas, mientras que Canarias llegó a su tope y superó, por primera y única vez, el 70%, situándose en el 70,15.

El récord nacional se produjo en 1996, cuando gana el PP, pero por un estrecho margen de unos 300.000 votos ante un González que volvió a invocar la participación y el voto útil pese a que, luego, reconoció que ya no se aguantaba ni a sí mismo como presidente. Ese año, la media al Senado en el país fue del 77,33%, si bien en Canarias bajó al 69,32.

Cuatro años después, el Estado se redujo hasta el 68,83% y Canarias agudizó más esa caída, con un 60,89%. El gran repunte de 2004 eleva la participación estatal al 75,75%, pero el Archipiélago apenas sube hasta el 67,52, siete puntos más, eso sí, que lo ocurrido en 2000. Porcentajes similares se dan en 2008, con el PSOE y PP muy movilizados. Mientras el país baja menos de un punto y se queda en el 74,49%, en las Islas, incluso, se sube levemente unas décimas, hasta el 67,96.

El declive en ambos casos, sin embargo, se confirma desde 2011. Ese año, los españoles meten sobres en las urnas al Senado en un 68,43% del censo, mientras que, en las Islas, se baja del 60% y se registra un indicativo 59,58. En 2015, la media del país baja ligeramente, hasta el 68,26 y, aunque en Canarias se produce una levísima recuperación, de unas 3 décimas, se alcanza un 59,99.

La situación empeora mucho más en la última convocatoria, la de junio de 2016, cuando España baja en su total al 65,71 y la suma de las 7 islas llega al 58,94, el porcentaje más bajo desde 1982, algo sintomático de lo que ocurrió en esas dos elecciones seguidas y que supone un reto para los partidos ante el próximo 28 de abril.

Si ese día se mantiene esta tendencia a la baja, convendría que la sociedad se plantease un poco qué está ocurriendo con la democracia, la participación y la implicación ciudadana, aunque también es verdad que en países con sistemas democráticos muy asentados, como Suiza o EEUU, hay procesos electorales con muy bajas participaciones, sobre todo en los numerosos referéndum, sin que, en ningún caso, se replanteen casi nada: simplemente se asume el resultado.