Las cartas ya están boca arriba. Tal día como hoy se aprueban los decretos leyes del Gobierno de Pedro Sánchez in extremis y con el voto a favor del Partido Nacionalista Vasco. Y tal día como mañana se firman siete nuevos paquetes de transferencias al País Vasco. Para que no haya duda del trasiego político, el mercadeo se realiza sin ningún rubor en muy pocas horas y ante los ojos de todos. El triunfo del do ut des en toda su gloria y esplendor.

La primera de las grandes reformas que necesitaría España es que se decida, de una puñetera vez, si el Congreso de los Diputados seguirá siendo una cámara de los territorios. Porque así es como ha funcionado durante toda la democracia. Convergencia i Unió consiguió, con el poder de sus votos, imponer acuerdos presupuestarios claramente beneficiosos para Cataluña. De aquellas lluvias de millones gastados en adoctrinamiento, estos lodos de rencor independentista de hoy. Fue un dinero muy bien empleado para el desapego. Lo contrario de lo que hicieron los vascos que fueron del terror a la pasta, transformando a su país en uno de los más ricos del Estado y sin embargo de los mejor financiados. Y hasta lo hizo Canarias, cuando los pocos votos de los nacionalistas fueron fundamentales para formar mayorías. Desde que dejamos de serlo, ni puñetero caso. Las transferencias de riqueza en España no se han hecho con criterios redistributivos y de justicia social, sino con la vista puesta en los apoyos parlamentarios.

La historia última de las relaciones entre Canarias y Madrid es la mejor demostración de nuestra falta de influencia en el lobby del poder. Los dos diputados nacionalistas canarios se volvieron irrelevantes y esta tierra pintó menos que un lápiz sin mina. Los presupuestos generales del Estado dirán misa, pero los ministros, ministras y ministres son los que deciden si hay transferencias o no. Y así pasa que siguen sin llegar los muchos millones del plan de empleo, de los fondos de la lucha contra la pobreza o los de infraestructuras hidráulicas. No han venido y posiblemente no vendrán.

Puede ser, como algunos dicen, porque Coalición no votó a favor de la investidura de Sánchez. Pero es más probable que la razón esté en que carecemos del poder territorial que tienen otros. Porque lo que nos demuestra la práctica parlamentaria es que la pasta que te llega está en relación con el poder que tengas. Tanto tienes, tanto vales.

¿Tiene sentido que la mecánica de gestión del Estado esté cautiva de las alianza con los poderes de los territorios? Si es así, lo que se está fomentando a largo plazo es la muerte del debate ideológico para darle protagonismo al de los pueblos. O sea, al crecimiento exponencial de lo que Ortega llamaba los particularismos. La ejemplar enseñanza de este modelo que sufrimos es que tu nivel de financiación y prosperidad depende de que tu territorio tenga una determinada fuerza independiente: de izquierdas, de derechas o mediopensionista, pero desgajada de una estructura de Estado. Si consigues que sea necesaria para formar gobierno, te has sacado la lotería.

Construir un Estado aún más federal que el que tenemos, consiste en dar más autonomía a las autonomías pero, en sentido antagónico, en fortalecer el poder del Congreso poniendo el acento en que los diputados representen la voluntad de toda la nación y los senadores los intereses de cada uno de sus territorios. Sin embargo, el Congreso es hoy en realidad una especie de potaje entre bloques ideológicos y bloques territoriales -una especie de Senado-, mientras que el Senado se ha convertido un cementerio de jubilados para los excedentes de los grandes partidos políticos. O sea, un churro.

Si la formación del futuro Gobierno de este país necesita de los nacionalistas vascos y los catalanes, estemos seguros de una cosa: que habrá más financiación para esos territorios. Es un modelo perverso, aunque en alguna ocasión nos haya beneficiado. La regiones pobres cada vez pintan menos y las ricas con partidos propios (País Vasco, Cataluña, Valencia) cada vez trincan más. Hasta pueblos inmensamente tontos y resignados, como el canario o el extremeño, se darán cuenta algún día del truco del almendruco. O igual no, porque la estupidez, al contrario del universo, puede ser infinita.