El tiempo mata los recuerdos, pero también sentencia a favor de lo que vale la pena conservar. Cinco años después de la muerte de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927-México DF, 2014), ante el paredón del ajusticiamiento literario, las páginas del Premio Nobel colombiano siguen tan frescas y vivas como nunca. Sus muchas palabras de periodista de élite, de fabulador nato, de ingeniero de mundos alternativos, están a nuestra disposición para seguir enfrentando nuestras vidas, nuestras más privadas e íntimas experiencias.

¿Y cuál fue su verdadera aportación a la historia de la literatura universal?

Durante la primera mitad del siglo XX, la literatura tendió a encerrarse en sí misma; a esa tendencia debemos algunas de las mejores novelas que ha dado la historia (¿el Ulises de Joyce, acaso?), pero a veces también, a la larga, una literatura vanidosa, autofágica y finalmente conformista, una literatura para literatos, que es el destino más triste de la literatura?

Durante la segunda mitad del siglo XX, la narrativa latinoamericana recuperó para el español el legado perdido de Cervantes, poniendo otra vez a nuestra lengua en el lugar de privilegio que había ocupado con el autor del Quijote. El uso de la legislación del cuento más tradicional, de la narración de vidas sin más que se debaten entre la esperanza y la desesperación. Eso es Cien años de soledad. Y esa fue la decisiva aportación de Gabriel García Márquez al movimiento literario que lideró a partir de 1967, año de publicación de su obra más leída y más traducida.

En Cien años de soledad existe una regla: todo es posible, nada es extraño. Un mundo al que podemos llamar mítico por varias razones, en primer lugar por ser una visión global y total de la civilización. También mundo mítico porque en él la naturaleza y los objetos tienen sentimientos humanos (cuando muere José Arcadio llueven flores amarillas; cuando muere Úrsula llueven pájaros; los clavos se desesperan?), porque en él no hay diferencias entre los fantasmas y los seres humanos, porque en él el destino (en forma de los pergaminos de Melquíades) se encuentra presente en la vida de todas las criaturas, porque en él que el padre Nicanor se eleve a diez centímetros del suelo o que Remedios ascienda a los cielos agarrada a una sábana se tienen como hechos sin mayor trascendencia?

Como ningún lector que se tenga por tal puede olvidarse del hidalgo de Cervantes, o del peso de las pasiones y de los destinos de toda la literatura de Shakespeare, de la desesperación del Raskolnikov de Crimen y castigo, de la infidelidad de Emma Bovary, de los absurdas circunstancias de Franz Kafka, de la burguesía comercial del Thomas Mann de Los Buddenbrook, de la sublimación verbal de un Lezama Lima, de la desesperanza de Onetti, o del México onírico de Rulfo, tampoco podrá olvidar los desafueros de los Buendía de Macondo. Todos hemos frecuentado esa casa de locos en la que reina el caos entreverado entre los Aurelianos y los José Arcadios que se suceden en el árbol genealógico de un país del Caribe que quiere y consigue ser la síntesis de todos los países del Occidente del mundo, con todas sus obsesiones por delante y sin saber resolverlas de ninguna forma. La creación de un universo cerrado en sí mismo que GGM había descubierto en las familias sureñas estadounidenses de las novelas de su maestro William Faulkner. Esa literatura que Aldous Huxley concebía como la de seres humanos que nacen, viven, y finalmente mueren; un mundo donde se ama y se odia, se siente orgullo y humillación, sufrimientos y alegrías; donde se experimenta la locura y el sentido común, la estupidez, la astucia y la sabiduría, las presiones sociales y los impulsos individuales, la razón y los instintos?

Vista desde hoy, la personalidad de García Márquez intervino de forma decidida en nuestra cultura generacional, instituyó conductas ficticias que ya no sabemos si forman parte de la realidad o no, las nuevas biblias que reescriben las maneras de estar en el mundo y de pensar el mundo, de ser nosotros o de seguir siendo los otros, los Buendía de GGM son parte del conocimiento humano, un paradigma de existencia del que nadie puede sentirse ajeno, para bien o para mal, como nadie se sentirá ajeno a los devenires de gente como las criaturas de ese coronel que no recibe la carta que espera hasta la extenuación, o las voces de ese otro viejo coronel, de su hija Isabel y del hijo de esta que espigan la historia de Macondo desde 1903 hasta el 12 de septiembre de 1928, día en que se encuentran sentados ante el cadáver de un enigmático doctor llegado al pueblo veinticinco años antes con una carta de recomendación del coronel Aureliano Buendía, o la historia de ese amor contrariado, ajeno a los registros eclesiásticos, sigiloso hasta la clandestinidad, de Florentino Ariza, un Tristán caribeño, y de Fermina Daza, la dama, una Isolda aindiada, que se miran por primera vez a los diecisiete y a los trece años respectivamente, se abandonan a los veintiuno y a los diecisiete y se vuelven a reconciliar a los setenta y seis y a los setenta y dos años. Más de medio siglo espera Florentino Ariza, un "trovador" americano de la época de la revolución industrial, enigmático y sombrío, por su Fermina-Isolda. La espera en secreto y pacientemente, dos requisitos ineludibles del amor provenzal hiperbolizados hasta su extenuación. La reservada soltería de Florentino Ariza, sus meticulosos cuidados por ocultar el volcán de su erotismo de varón desconsolado y por disfrazarlo de una virginidad prometida, y su lucha dramática contra el tiempo.

Cómo ser ajenos a la injusta muerte de Santiago Nasar en esa pieza de relojería narrativa que es Crónica de una muerte anunciada; ser ajenos a la desconocida biografía de Simón Bolívar, a los padecimientos afectivos de Sierva María en Del amor y otros demonios, a la aciaga conducta del profesor Mustio Collado de Memoria de mis putas tristes, ese remake en homenaje al japonés Yasunari Kawabata, o ser ajenos a todos esos otros seres soberanos de la mente de GGM dispersos en sus cuentos magistrales y mecanografiados desde su particular manera de ver y de entender el mundo. Cómo desentendernos del primer y único volumen de sus memorias, Vivir para contarla, aparecido en 2002, donde nos revela parte de su ajetreada existencia por medio de las armas de su mejor imaginación con el fin de demostrarnos que la realidad es un carnaval que se disfraza a su antojo cuando tratamos de ponerle palabras. Silencio en este recuento de logros, tres obras: La mala hora, El otoño del patriarca y Noticia de un secuestro.

En cualquier caso, itinerarios personales recorridos y descritos por medio de la esgrima expresiva de un escritor del que no podemos prescindir ni cinco años después de muerto, ni nunca después de haber narrado con tanto acierto la hazaña humana de que las estirpes siguieran viviendo sobre esta tierra que nadie sabe quién ideó para nuestras infinitas desgracias y también y paradójicamente para nuestros infinitos regocijos. La cifra inexacta de la existencia expresada en un lenguaje inusitado que GGM descubrió misteriosamente tras el vocabulario y la sintaxis más convencionales de la lengua española que hoy comparten quinientos setenta millones de hablantes.