«Catarsis», artículo de Cristo Hernández

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SECCIÓN: CRÓNICA AMARILLA
TÍTULO: Catarsis

AUTOR: Cristo Hernández

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Los puristas suelen escudarse muchas veces en la forma más que en el contenido para calificar cualquier actividad humana. Así una novela que no esté bien estructurada, con una buena construcción de personajes y una descripción de ambientes adecuada no pasa de ser un engendro literario que no merece figurar en los anaqueles de la memoria.

Lo mismo podríamos decir del último estreno cinematográfico, de la canción de moda y hasta de un plato de “ropa vieja”, que para todo hay críticos en este guachinche que tenemos por mundo donde todo podría ser mejor y más barato para mayor gloria de sus habitantes.

Pero no siempre la belleza está en las formas. A veces un argumento emocionante, un final impactante o un estribillo pegadizo bastan para justificar cualquier inversión de tiempo y dinero. Al final se ha dibujado una sonrisa en nuestro rostro, hemos escalado un peldaño en la efímera escalera hacia la felicidad y nos hemos olvidado, mientras tanto, de que mañana es lunes.

El deporte en general y el baloncesto en particular no son ajenos a este tipo de análisis estéticos, pues al fin y al cabo tienen un fuerte componente artístico, unos más que otros. La belleza de la actividad deportiva oscila entre el arte de la guerra de un partido de fútbol y la delicada pieza de ballet de uno de baloncesto.

Como el que pudieron presenciar todos aquellos que el pasado domingo tuvieron la “sensibilidad” de acercarse al Pabellón Santiago Martín, donde el Iberostar Tenerife derrotó (91-84) al Movistar Estudiantes en un partido donde la emoción, sobre todo en la parte final, brilló por encima de la plasticidad pues, efectivamente, no fue un partido que los puristas hubieran guardado en su videoteca para mostrar a sus discípulos.

Desde el salto inicial, los tinerfeños se vieron sorprendidos por los madrileños, que se mantuvieron durante gran parte del partido delante en el marcador. Sobre todo en la primera parte gracias al acierto desde la línea de 6,75, la versatilidad de Nacho Martín y la estrategia de Txus Vidorreta que jugó durante bastantes minutos con dos bases.

Los tinerfeños no supieron dar respuesta a tal cúmulo de elementos: no se cerraba bien el rebote, se perdían más balones de los acostumbrados y los tiros liberados no entraban. Daba la impresión de que los estudiantiles, sin hacer un gran esfuerzo ni realizar una gran exhibición, se iba a llevar el gato aurinegro al agua con demasiada facilidad.

Tras el descanso, se dibuja otro equipo sobre el parqué. Se reajusta la defensa y los laguneros muestran visos de recuperar aquel ritmillo que nos venía distinguiendo en los últimos partidos. Sin embargo el equipo no termina de engranar la quinta marcha y se ahoga después de recuperar nueve puntos de diferencia.

El último cuarto parece un remedo del anterior: de nuevo una desventaja de nueve puntos, que hace presagiar una derrota. Pero todavía quedaba el final, esa parte que ha salvado a muchas obras artísticas de la hoguera de la indiferencia.

En los últimos minutos se conjugaron, a ritmo de thriller, los espíritus de Tom Clancy, Quentin Tarantino y hasta el de Alberto Chicote. Tres triples consecutivos (dos de Richotti y uno de Blanco) dan la vuelta a una tortilla que estaba hecha con huevos de la granja de Magariños. A partir de ahí el “podemos” se convierte en “ganamos” gracias a los “ciudadanos” de la grada que animaron hasta la enajenación contagiados por el ritmo y armonía de la comparsa Joroperos que había actuado durante el descanso.

Si hubiera sido una tragedia griega, los más de cuatro mil espectadores que asistieron al partido alcanzaron, sin duda alguna, la catarsis. Al final es lo que cuenta: la purificación a través del éxtasis. Da igual si fue un mal partido para los puristas. Dan igual la decepción y el sufrimiento. Incluso da igual si mañana es lunes.

¡VAMOS CANARIAS!
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