Es un tipo de 180 centímetros de altura, grande, lo que vulgarmente se llama "un armario empotrado", pero un auténtico flan cuando una niña saharaui de ocho años, flaquita y con una sonrisa que sólo la inocencia puede reflejar se fundió con él en un abrazo que le hizo aflorar toda clase de sentimientos.

Unas lágrimas de alegría por reencontrarse con un pedazo suyo que se encontraba a 1.000 kilómetros en una parte inhóspita del desierto del Sáhara, en el Sur de Argelia. El único pedazo necesario para completar un puzzle familiar deseoso de dar cariño y mucho amor durante dos meses a una pequeña que, sin duda, dará a cambio mucho más que todo lo que sus padres de acogida le ofrecerán: un lazo inquebrantable para toda la vida.

Con distintos protagonistas, esta fue la película más habitual que se vivió ayer en el pabellón cubierto del IES Punta Larga, en el municipio de Candelaria, donde la Asociación Canaria de Amistad con el Pueblo Saharaui, a través del proyecto "Vacaciones en Paz" estableció el particular punto de encuentro de 159 niños y niñas procedentes de los campamentos de refugiados de Tinduf con sus familias de acogida en Tenerife, principalmente, y La Palma y El Hierro. En este destino el bullicio, la alegría y las lágrimas se convirtieron en una enfermedad contagiosa de la que pocos se pudieron librar, independientemente de la edad, el género o la situación social.

Pero el día empezó mucho antes, a las 4:00 horas de la mañana en el aeropuerto del Sur. A esa hora, los miembros de la asociación daban forma con los responsables de seguridad a toda la burocracia necesaria para permitir la entrada de los pequeños. Aunque eran esperados a las 4:45 horas, el avión que los transportaba desde Orán tomó tierra a las 5:27 horas tras seis tortuosas horas de vuelo por no tener permiso la aeronave para sobrevolar el espacio aéreo marroquí. En el aeropuerto, tras los pertinentes controles de extranjería, los niños y sus acompañantes cruzaron la puerta de llegadas a las 7:05 horas, justo cuando el primer rayo de sol descubrió las caritas de los pequeños de entre 7 y 8 años.

Los miembros de la Asociación Canaria de Amistad con el Pueblo Saharaui desplazados organizaron a los niños por grupos y en fila india se dirigieron a las dos guaguas de Titsa dispuestas para desplazarlos al punto de encuentro de Candelaria, mientras los pequeños daban síntomas inequívocos de cansancio.

Una vez allí, la revolución. La fatiga se transformó en excitación, en carreras, gritos, saltos, en partidos de fútbol improvisados con botellas de agua vacías, y algunas llenas, en grifos abiertos y en alguna que otra lágrima de algunos niños de corta edad por la morriña de estar alejados de sus padres y por el propio bullicio, mientras que los padres de acogida esperaban impacientes por la pequeña puerta acristalada de acceso al pabellón intentando identificar a "sus" pequeños.

Una vez restablecido el orden, los niños eran repartidos con sus familias de acogida, mientras que los 21 de La Palma y los siete de El Hierro regresaban al aeropuerto para coger otro vuelo más.

"Esta es una labor humanitaria y solidaria. Como padre le puedo decir que cada uno de estos niños (Mahyuba, de 11 años, y Mohamed, de 8) forman parte de mi familia y los siento como tales. El acogimiento crea un lazo inquebrantable tanto con ellos como con sus familias biológicas, son irrompibles. Nosotros sólo les podemos dar amor y cosas materiales, pero ellos te dan y te enriquecen con otras muchas cosas más que no se pueden describir", aseguró el vicepresidente de la asociación y responsable del proyecto, Alberto Negrín, quien además lleva durante varios años acogiendo niños de los campamentos de refugiados.

Negrín aseguró que los dos meses de convivencia consisten al principio en un conocimiento mutuo y en una adaptación rápida por parte de los pequeños, a pesar de las diferencias sociales, culturales e idiomáticas, cuestiones que se solventan en condiciones normales tras la primera o segunda semana de convivencia, y es que "los niños son así". Durante los próximos meses todos integran ya el concepto de familia, ese vínculo que permanecerá para siempre, pero que desgraciadamente se aleja cada 10 meses.

La hora del regreso

¿Pero qué pasa por la cabeza de un padre de acogimiento cuando un niño regresa con su familia biológica? "Pues tenemos emociones encontradas, sabemos que tienen su familia allá y tienen que regresar. Los niños no entienden por qué nosotros o su familia de acogimiento llora y se extrañan porque asimilan que vendrán el próximo año. Son expresiones, gestos, sensaciones que con palabras es imposible explicar en el más amplio sentido de la palabra. Lo más preciado es el corazón y las fotos, tanto las que se quedan como las que se llevan ellos para sus familias. Eso recompensa esa pena de tener un niño durante dos meses en tu casa como una parte importante de tu familia. Luego te alegras porque los niños no son de padres que los abandonan, todo lo contrario, son padres que los quieren. Eso da tranquilidad", dijo el responsable del proyecto de acogida.

Alberto Negrín no quiso que pasara desapercibido un dato importante: "El 90% de estos niños van con familias que repiten. Eso lo dice todo. Hay familias que llevan 15 años acogiendo niños y niñas. El que acoge, repite", afirmó el vicepresidente de la Asociación Canaria de Amistad con el Pueblo Saharaui.

testimonio

"Se quiere y se deja querer"

Celso Blanco y Victoria Pérez son un matrimonio con una gran experiencia criando "chicos", todos presentes en el lugar de recogida. Ayer eran todo felicidad tras el encuentro con la pequeña Zafira, la niña que estará durante los próximos dos meses conviviendo con ellos por segundo año consecutivo. La relación con ella es algo especial, ya que estuvo viviendo más de un año con ellos debido a un problema de salud importante que exigía tratamiento en Tenerife. "Es algo más que una hija", acierta a decir Victoria una vez que la alegría da paso a la satisfacción y el sosiego. Para Victoria, "esto es muy emocionante, es como si viniera una hija que tienes fuera. Estas sensaciones no se pueden describir, Zafira es como una hija, se quiere mucho y se deja querer. La gente piensa que acoger una niña te rompe las vacaciones, pero están muy equivocados, ya que para mí las vacaciones no existen sin ella porque sé que también se lo va a pasar bien". Su hijo David explica que "una vez que se crea el lazo ya es irrompible. Es mi hermana".