A fines del siglo I antes de Cristo una expedición enviada por Juba II de Mauretania encontró una copiosa colonia de "canes marinos" o focas monje en una isla del océano Atlántico a la que por ese motivo denominaron "Canaria". Una traducción errónea del texto de aquel viaje llevó a malinterpretar "canes marinos" como "perros", alterando el nacimiento de una historia de hace 2.000 años.

Años después el archipiélago sería conocido como "Islas de Canaria", "Canarias insulas" y, finalmente, "Islas Canarias", según indica el conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, José Juan Jiménez, en una entrevista en la que precisa que la expedición se afrontó con el consentimiento del emperador Octavio Augusto y la autorización del Senado romano.

La expedición se realizó entre los años 25 antes de Cristo (en que Juba II fue entronizado como rey de Mauretania) y el 12 AC, cuando fallece el general Marco Vipsanio Agripa, a quien Octavio había encargado el "orbis terrarum", un mapa del mundo conocido que incluyó las "Islas Afortunadas".

El relato de la expedición fue transmitido por Plinio el Viejo en su "Naturalis Historia" en el siglo I de nuestra era.

De esta manera, Juba II puede ser considerado el iniciador de la Historia Antigua de Canarias y Plinio El Viejo un pionero en la Historia Natural de las islas, explica este arqueólogo, que es autor, entre otros libros, de "Canarii. La génesis de los canarios desde el Mundo Antiguo".

Su teoría la expondrá mañana en una conferencia incluida en el programa del curso "Los detectives de la naturaleza" que se celebra en el Museo de la Naturaleza y el Hombre de la capital tinerfeña.

Juba II gobernó el reino de Mauretania desde el 25 AC hasta el año 23 de nuestra era, siendo considerado como uno de los grandes monarcas indígenas ilustrados, criado en Numidia y Roma, conocedor de las culturas circunmediterráneas y de lenguas como el griego, el líbico antiguo y el latín.

Escribió obras artísticas, de teatro y ensayos geográficos, siendo considerado el primer naturalista de la era, pues organizó expediciones dentro de su reino para buscar las fuentes del Nilo y localizar especies vegetales, lo que le llevó a descubrir la tabaiba, conocida como "Euphorbia regis jubae".

Este ansia científica e investigadora le llevó a patrocinar expediciones para conocer cuáles eran los límites continentales y las islas colindantes a su reino, de las que tenía alguna referencia tras ser nombrado magistrado y patrono de Gades (actual Cádiz).

Por su parte, Marco Vipsanio Agripa, el mejor general de Augusto y uno de los personajes clave en este asunto para José Juan Jiménez, pudo contar con la información recabada por los miembros de la expedición del monarca mauretano.

Agripa recopiló toda la información existente en el Imperio y situó a Canarias como las "Fortunata insulae" en este mapa, cuyas réplicas fueron ubicadas en los principales templos para que se conociera su progresiva extensión.

Al respecto, Jiménez precisa que en los mapas romanos jamás figuraron Azores, Madeira y Cabo Verde, pero sí las "islas Afortunadas", lo que vincula a Canarias documentalmente desde hace 2.000 años con el mundo occidental, algo "que debemos a la expedición de Juba II y a la descripción posterior de los hallazgos del viaje que recogió Plinio el Viejo en la Historia Natural".

En esta descripción se indica que los navegantes encontraron una enorme cantidad de canes, de los cuales trajeron dos a Juba, y que la orilla de las islas estaban "infestadas de los restos de monstruos marinos que arrojaba a tierra la marea".

Para el conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, se trataba de cetáceos y otras criaturas marinas varadas, y detalla que en latín "can/canis" hace referencia al perro de mar ("can marinus") lo mismo que actualmente se habla de "elefantes, leopardos y leones marinos" sin confundirles con sus homónimos terrestres.

A juicio de Jiménez, lo que cabe en un relato sobre islas en el océano son las criaturas marinas, pues una mala traducción reiterada durante mucho tiempo llevó a que fueran tomados como "perros".

"Hay que dar a los textos otra mirada y traducir correctamente las fuentes históricas", añade José Juan Jiménez.

Este arqueólogo interesado en el mundo antiguo señala que las colonias de foca monje (Monachus monachus) que existían en el norte de África, el ámbito macaronésico y el Mediterráneo quedaron reducidas al borde de la extinción a las existentes en el mar Egeo y la actual Mauritania, interrumpiéndose el intercambio genético de los ejemplares que existían en Canarias, Madeira, Azores y la fachada atlántica norteafricana.

Apunta Jiménez que el sobrenombre de can o lobo de mar de estos mamíferos marinos procede de la forma de su cabeza y de sus frecuentes gruñidos, semejantes a ladridos o aullidos, emitidos por los ejemplares de esta especie.

Para refugiarse y proteger a sus crías, las focas monje utilizaban cuevas en la costa, de donde se derivan los nombres "Camara do lobo", "Playa del Lobo" y "Cueva del lobo" persistentes en la toponimia actual.

Al nacer, las crías miden entre 80 y 90 centímetros y pesan unos 20 kilos, mientras los adultos llegan a pesar 340 kilogramos y medir tres metros de longitud.

Ello implica, en opinión de José Juan Jiménez, que los dos "canes" que le llevaron los expedicionarios al rey Juba II habrían sido dos crías de foca monje, pues en el Atlántico los partos se producían en los periodos de junio-julio y octubre-noviembre.