"Para alguien que se levanta a las cinco de la mañana a trabajar y que dedica la noche a estudiar en el centro, estas horas son sagradas". Felipe Luis, director del centro de educación permanente de adultos (CEPA) de La Laguna, no oculta su admiración por la motivación que demuestran sus alumnos pese a las difíciles condiciones en las que, en ocasiones, desarrollan su proceso de aprendizaje. Implicación y cooperación son palabras que repiten una y otra vez los miembros del equipo directivo de este centro al referirse a los estudiantes y que un observador externo también detecta inmediatamente en el propio profesorado.

Si cada centro educativo encierra mil historias -las de los alumnos que pasan todos los años por sus aulas y las de los docentes encargados de que culminen su educación con éxito-, los centros de adultos guardan millones. Con un alumnado muy diverso -desde jóvenes de 18 años a mayores de más de setenta, desde desempleados hasta trabajadores en busca del título que nunca pudieron obtener-, y con unas metodologías docentes diferentes, estos centros adquieren en tiempos como el presente, cuando la crisis económica arrecia con mayor fuerza que nunca, una importancia especial.

El CEPA de La Laguna -situado en el barrio de San Benito- lleva treinta años ofreciendo formación a quienes abandonaron el sistema por unas causas u otras y buscando año tras año fórmulas para motivar e implicar a su alumnado, cuyo perfil ha variado ligeramente desde que se iniciaron las dificultades económicas.

El secretario del centro, Ricardo Martín, recurre a las matemáticas para describir este perfil. "Es como una campana de Gauss". Los alumnos de hasta treinta años representan alrededor de un 30% del total, los de edad intermedia suponen un 50% y el resto son mayores de 55 años. Es el sector de mediana edad -en torno a los 40 años- el que ha experimentado un cierto crecimiento durante los últimos tiempos.

Pero la diversidad no es solo cuestión de edad. "Tenemos un matrimonio mayor con buena formación cultural, pero sin certificación académica, que se han jubilado y no quieren quedarse sentados en casa; tenemos un porcentaje significativo de alumnos latinoamericanos a los que les sale muy caro traer sus títulos y convalidarlos, y se matriculan a cero para luego hacer una prueba de nivel y pasar a otro tramo", relata Martín a modo de ejemplo.

La enseñanza y el aprendizaje en el centro se integran en proyectos, algunos de ellos surgidos del profesorado y otros de los propios estudiantes. Este último es el caso del trabajo que estuvo expuesto hasta hace poco en el espacio multifuncional El Tranvía: "Bodas del mundo", el proyecto que desarrollaron las alumnas de la unidad de actuación de La Cuesta.

Con las celebraciones matrimoniales como hilo conductor, las estudiantes realizaron "tareas pautadas" que terminaron en la adquisición de las diferentes competencias básicas, objetivo fundamental del proceso. "Durante el curso han recabado información sobre las bodas en las distintas culturas y épocas; han trabajado la competencia lingüística poniéndolo todo por escrito; la matemática, calculando la diferencia entre el coste de las bodas hace veinte años y ahora; la digital, mediante el envío de correos electrónicos y la fotografía digital...", detalla el director del CEPA.

Otros proyectos ejecutados durante este curso se han centrado en el medio ambiente -mediante salidas de campo a varios espacios naturales de la Isla, fuera del horario lectivo- o el teatro -en inglés y para trabajar el desarrollo personal-. El centro busca también revitalizar su biblioteca y abrirla al barrio.

La actividad docente presenta otras características peculiares. Aunque el centro tiene su sede en San Benito, procura abarcar "el mayor territorio posible", por lo que imparte enseñanza en unidades de actuación situadas en varios puntos (Finca Pacho, La Cuesta, La Verdellada, Finca España) y se ocupa de colectivos como los soldados acuartelados o el personal sanitario.

Son, en total, unos 1.100 alumnos. Para atenderlos hay 19 profesores, además de los contratados por horas. Pocos, pero convencidos de que, pese al "desencanto" que vive la enseñanza, hay que apostar por la ilusión.