El olor a pinocha, el canto de los pájaros y un calorcito agradable acogen en su primera jornada a 47 niños y niñas con diabetes tipo 1 en el Campamento de La Esperanza. Muchos llevan años compartiendo esta experiencia, pero para otros tantos es la primera vez en la que pueden relacionarse con niños que sufren lo mismo que ellos.

Allí, entre cabañas de madera y actividades lúdicas, su enfermedad deja de ser un hándicap. La diversión de estos siete días no solo ayuda, en muchos casos, a olvidar los traumas que les haya podido generar la patología, sino también a aprender más sobre ella jugando.

Este campamento es como cualquier otro, no obstante, tiene un control mucho más riguroso. La educadora Pilar Pérez muestra orgullosa la enfermería que han montado este año, en una de las casetas. Allí tienen todo tipo de medicamentos, gasas, esparadrapo? incluso galletas y zumo por si alguno de los niños sufre una bajada de azúcar.

Este será el espacio de trabajo de los 13 profesionales sanitarios que han sido cedidos este año por la Consejería de Sanidad. No obstante, los enfermeros y médicos (entre ellos pediatras, endocrinos y residentes) también estarán todo el día con los niños, incluso por las noches, cuando les tocará hacer guardias para cuidar de los pequeños.

Este año, como novedad, el control de las glucemias se hace mucho más sencillo gracias a la implantación de los recientemente financiados medidores continuos de glucosa. Aunque los profesionales siguen sin "bajar la guardia" y están atentos a cualquier síntoma que pueda denotar una falta o exceso de azúcar.

Junto a ellos también se encuentran miembros de la Asociación de Diabetes de Tenerife (ADT), la Federación de Asociaciones de Diabéticos de Canarias (FAdiCAN), monitores de actividades lúdicas y cocineros. Estos últimos se han tenido que especializar, poco a poco y con la práctica y la ayuda de los sanitarios, en el trabajo con personas diabéticas.

Es el caso del cocinero, Isidoro Beneroso, que lleva 7 años acudiendo religiosamente al campamento y los niños "le adoran", como afirma Julián González, presidente de FAdiCAN. El cocinero ha asumido su papel y ha conseguido ajustar sus platos a las necesidades de estos pequeños, que no son pocas. Las personas diabéticas deben comer teniendo en cuenta las "raciones", que dependen de cuántos hidratos de carbono vayan a ingerir.

Para el cocinero es fundamental conocer cuántas raciones supondrá cada uno de sus platos. Así, por ejemplo, un potaje, hecho principalmente de verdura, será lo que denominan "libre", mientras que un bocadillo tendrá entre 1 y 2 raciones, dependiendo de la cantidad de pan.

También estas enseñanzas las aprenden los niños mediante actividades lúdicas. Una de ellas pretende mostrar de qué están compuestos los platos que comemos. Así, divididos en tres grupos (aminoácidos, grasas y carbohidratos), los niños deberán salir a la palestra si el plato que muestran los monitores tiene el compuesto de su grupo.

Se trata de una forma diferente de entender su enfermedad crónica, de relacionarse con otros niños de su edad que están pasando por lo mismo y, especialmente, prepararles para poderse cuidar ellos mismos en un ambiente no tan beneficioso como el que les ofrece este campamento.