El pasado miércoles, hubo lágrimas en el Parlamento canario porque, tras décadas luchando, los colectivos de menores robados (más de 300.000) desde el golpe de Estado de Franco hasta (que se sepa) 2002 vivieron un día grande: Canarias se convertía en la primera región con una ley que les reconoce y ayudará en su búsqueda de verdad, reparación y justicia, adelantándose, incluso, a la que preparaba el Congreso y que quedó congelada. Sin embargo, y en una jornada intensa de emociones (se respaldó también la ley de Atención Temprana para niños con problemas de desarrollo), por allí cayeron más lágrimas por otros motivos que, si bien vinculados, eran más concretos y familiares.

Ocurrió cuando la presidenta de la Cámara, Carolina Darias, descubrió una placa de homenaje en el jardín dedicada a todos los represaliados que fueron condenados a muerte, prisión o represión en ese mismo edificio tras aquel infame 18 de julio de 1936.

Los ojos de quien brotaron esas gotas saladas nunca vieron a la persona que causó ese estado entre feliz, triste, impotente, vacío, de desbordamiento, alivio y rabia. Jesús Pérez Marichal, palmero, profesor de instituto y afincado en Tenerife, jamás conoció a su tío abuelo Modesto Carballo Sosa. Ni siquiera supo de su existencia mientras vivió el dictador asesino y golpista. Fue justamente el 20 de noviembre de 1975, cuando se supo que Franco había muerto entre cables y con duelo y sepelio de Estado, el día en que, con 13 años, entendió por qué su abuela "no volvió a sonreír" desde el 23 de enero de 1937. A uno de sus hijos, al desconocido tío abuelo de Jesús, lo fusilaron esa marcadora jornada después de un juicio militar sumarísimo (llamado consejo de guerra), celebrado en agosto de 1936 justamente en aquel edificio que ahora le tributaba un homenaje 82 años después. Asesinado por el único delito de no pensar ni vivir como ellos, por significarse políticamente y dar dos mítines (uno en la plaza de toros de Santa Cruz el 1 de mayo de 1936 y otro en Las Palmas) bajo las siglas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), si bien la única afiliación que consta, de 1934, es al PSOE de su municipio.

Modesto era un tabaquero que trabajaba en la fábrica de Los Llanos, en La Palma. Su padre también fue tabaquero. En 1935, se traslada a Tenerife y vive en el modesto y obrero barrio Uruguay. Tras el golpe de Franco, que partió precisamente de Tenerife para dividir al país en un cruenta guerra de 3 años y casi 40 de oscura dictadura, Modesto se escondió con otros "rojos" en Cueva Bermeja, "pero una cuadrilla de falangistas (la del Bufadero), que salía a buscar a cualquier elemento que entendiesen como poco afín a su causa de horror, muerte y guerra, lo apresa y lo lleva a los sótanos de la Audiencia Provincial", explica Jesús. Su familia nunca supo el día concreto de la detención, pero sí de las trágicas consecuencias de aquel "consejo de guerra" o ajusticiamiento decidido solo por militares golpistas, que hizo que lo acribillaran cinco meses después.

Por supuesto, lo acusan de rebelión y sedición (palabras de moda ahora, aunque por causas bien distintas) y le condenan en aquellas dependencias, entonces, de la Mancomunidad de Cabildos (también fue conservatorio) a morir fusilado junto a otros 18 militantes del sindicato anarquista, la mayoría de ellos muy jóvenes (Ricardo García Luis publicó un libro en 2007 sobre este Proceso a la CNT).

Tras meses de encarcelamiento (entre otros sitios, en Fyffes), represión y desprecios a su familia (eso de "algo habrá hecho"), Modesto, con 28 años, es asesinado ("se supone", matiza Jesús) en los terrenos donde se levantó el cementerio de Santa Lastenia. Sus restos, como los de 114.000 desaparecidos desde la guerra, siguen sin hallarse y su familia nunca supo dónde están, aunque temen que debajo del citado camposanto, zona que previamente había acogido el cuartel del barranco del Hierro.

Antes de aquel fatídico 23 de enero, sus dos hermanos y otras dos de sus hermanas le visitaron una vez en Fyffes. Según relata, "recogieron su reloj, pijama y una carta para su madre con la que intentó que no creyese que lo fusilaron, y menos por hacer algo malo. Ese día, a sus hermanos los dejaron dos jornadas en la cárcel y comenzaron casi 40 años de humillaciones en los que, por ejemplo, sus hermanas tuvieron que bordar escudos de Falange. La carta la metió una de mis tías abuelas en el ataúd de otra", recuerda y vuelven a asaltarle las lágrimas.

Jesús creció buena parte de su infancia en la casa de Modesto y, desde que conoció esta historia, siempre quiso saber mucho más y, sobre todo, "que se le hiciera justicia, encontrar sus huesos y enterrarlo dignamente con sus hermanos, como han hecho hace unos días en Arucas". Según explica, y aparte de la placa del miércoles, hasta ahora solo existía otro tributo similar (otra placa) en ese cementerio, "pero ni siquiera ha habido un intento de búsqueda de los restos".

No obstante, le duele aún más la represión que sufrió su familia en dictadura, en la que ni siquiera hablaron de un hijo, tío o hermano "asesinado sin motivo. Por eso no entiendo que, cuando pedimos justicia y reparación, me salgan con Paracuellos o Carrillo. Yo también condeno Paracuellos, pero déjennos buscar a mi tío abuelo porque, tras una guerra dantesca, los familiares del otro bando tuvieron 40 años de homenajes". El pasado miércoles, al menos, se hizo algo de justicia simbólica, aunque, por desgracia, eso no devuelve las sonrisas perdidas para siempre.