ME ENVÍA un mensaje un señor muy enfadado; un señor residente en una localidad del norte de Tenerife, cuyo nombre omito adrede, que cada día usa su coche para desplazarse hasta Santa Cruz. Todos los días menos ayer. Por una serie de vicisitudes, ayer decidió utilizar los servicios de Titsa. Consultó horarios y a la hora que le convenía se presentó en la parada dispuesto a comportarse como uno de esos ciudadanos tan preocupados por el cambio climático, que ni siquiera contribuyen a contaminar la atmósfera con el parco humo de un cigarrillo: el que se fuman al mejor estilo "fulano de la película" delante de los antidisturbios frente a la cumbre de Copenhague. Pero como una cosa es la teoría y otra la práctica, llegado a la parada de guaguas, el buen señor y mejor ciudadano se encontró con que ayer los conductores de Titsa estaban en huelga. O al menos una parte de ellos, descontados los servicios mínimos y otras monsergas con las que se trata de paliar, habitualmente sin conseguirlo, la jodienda que se les infringe a los usuarios con estas algaradas laborales. El caso es que al ciudadano empeñado en ser bueno le informaron de que un poco más tarde llegaría otro autobús con destino a Santa Cruz. Vehículo que no apareció mientras el buen ciudadano en potencia tuvo la santa paciencia de seguir esperando. Al final no le quedó otro remedio que volver a su domicilio en taxi -el mismo taxi que no había utilizado para ir hasta la parada-, subirse a su coche e ir hasta Santa Cruz en su habitual transporte privado. Todo ello por el módico precio de llegar hora y media tarde a su trabajo, con las consecuentes caras largas del jefe. "Comprenderá usted, señor Peytaví, que no tenga muchas ganas de repetir la experiencia", escribe como colofón de una misiva que le agradezco de antemano.

Dicen los manuales de periodismo que los artículos de opinión deben cumplir la tarea primordial no de contarle a los lectores cuál es la realidad cotidiana -de eso se encargan las noticias, las entrevistas o los reportajes-, sino de explicarle esa realidad. A mí los manuales de periodismo me sudan la polla; y los que los escriben me la sudan por delante y por detrás. Sin embargo, hoy, al igual que el ciudadano dispuesto a ser ecologista y bueno cuando menos por un día, quisiera ser un periodista correcto en el sentido de no escribir palabrotas o llamar a cada cual por su nombre. Sin más rodeos, me propongo explicar en las pocas líneas que me quedan para cumplir con el puto folio de cada día por qué se convocan huelgas como la de Titsa. Muy sencillo: para joder. La técnica no ha cambiado desde los albores de la transición. Si un servicio al ciudadano depende de una institución pública, en este caso el Cabildo, recurren los sindicalistas a machacar al usuario con la intención de que éste se vuelva contra el político. Cuando la situación se hincha lo suficiente, el político termina por ceder y batalla ganada. Echen un vistazo a los historiales de los convenios colectivos firmados con el "funcionariado" y empleados de empresas públicas, y compruébenlo ustedes mismos. Lo malo -para los sindicatos, claro- es que tal estrategia ya no cuela, esencialmente porque los políticos han aprendido a no inmutarse y porque la gente se ha acostumbrado a sufrirlo todo con absoluta resignación.