NO ES nuestro deseo ser reiterativos, pero no nos queda más remedio que insistir, un día más, en la imperiosa conveniencia de que se unan en uno sólo los cuatro municipios que forman la principal conurbación de Tenerife: Santa Cruz, La Laguna, Tegueste y El Rosario. Cuatro a los que deberíamos añadir Candelaria y Tacoronte. Estamos ante un hecho tan urgente como la consecución de nuestra propia independencia. Todo ello sin menoscabo alguno de que la mayoría de los habitantes de Santa Cruz y La Laguna, así como de las otras localidades citadas, están a favor de la fusión. En realidad, todos salvo unos pocos recalcitrantes santacruceros y laguneros, empeñados en vivir en el pasado y sin atisbar otros intereses que los dictados por su egoísmo personal y sus añoranzas, se oponen a esta idea que comenzó a tomar cuerpo hace casi un siglo. Esas personas, escasas en número -se pueden contar con los dedos de ambas manos-, siguen sin darse cuenta que, vista desde el aire, Santa Cruz y La Laguna forman una única ciudad.

Esta ceguera no la padecieron cuatro patriotas tinerfeños que, desde los años veinte del pasado siglo, advirtieron claramente la necesidad de agrandar el término municipal de Santa Cruz, "que se ahoga en tan exiguos límites". Hoy lo que centra nuestras peticiones es conseguir la gran capital tinerfeña; la capital que le corresponde a la mayor isla del Archipiélago, la más poblada y la más rica en recursos naturales, productivos y paisajísticos. Siempre hemos hablado de que Tenerife tiene una población armoniosamente repartida por toda su superficie, pero existe una realidad evidente: esa citada área metropolitana formada por los mencionados municipios.

La realidad geográfica de Tenerife no se puede desmentir; la vanidad y la mentira sí se pueden desenmascarar. En un reciente viaje por el extranjero, hemos podido ver escrita en inglés en el escaparate de un comercio un grafiti con la frase "Gran Canaria es Canarias". También hemos visto en la zona portuaria de Oslo una bonita publicidad, sustentada sobre varios triángulos de metacrilato, que da a conocer algunos encantos de Tenerife; de forma concreta, se refería a La Laguna y su catedral, que ahora está en ruinas, sospechamos que intencionadamente para que nuestra Isla pierda un tesoro más. Aprovechamos el momento para decir que las pintadas que están ennegreciendo nuestra bellísima capital son obra, dicen algunos chicharreros muy irritados, de gamberros alentados y gratificados desde una isla hermana y solidaria. Porque, por otro lado, no se comprende este atentado a la ciudad, único en el mundo por su proliferación.

A propósito de pintadas, ¿será ilegal reglar la venta de sprays y efectuar cacheos a personas sospechosas, sobre todo jóvenes, en horas nocturnas, e incluso diurnas? La ciudad no puede seguir presentando, a propios y extraños, el deplorable aspecto de sucia y abandonada que ahora tiene. Aunque salvamos la buena voluntad de las autoridades municipales.

Nos referíamos antes a cuatro tinerfeños de pro preocupados por conseguir la fusión del área metropolitana. Entre esos nombres que enseguida daremos a conocer no está un gran alcalde de Santa Cruz, como fue Félix Álvaro Acuña Dorta, que tanto hizo a favor de esta ciudad y de su unificación con La Laguna. Esos cuatro grandes tinerfeños son el sacerdote don José Rodríguez Moure, don Buenaventura Bonnet Reverón, don Santiago García Sanabria, y el escritor y muy patriota Leoncio Rodríguez. "Así las cosas, un distinguido escritor, Leoncio Rodríguez, ora fuera de un modo espontáneo, ya por indicaciones oficiosas, publicó en La Prensa, diario que fundó y dirigía, uno de sus mejores trabajos, abogando por la ampliación del término municipal de Santa Cruz", escribió en su día Bonnet. Por su parte Rodríguez Moure felicitó efusivamente a Leoncio Rodríguez, mediante una carta, por su patriotismo y su amor a los pueblos hermanos.

En definitiva, la unión es una necesidad y un clamor popular, además de un freno a la vanidad y la hegemonía de una isla sobre las otras seis. Por añadidura, se trata de una decisión muy importante en tiempos de crisis como las actuales, en los que deben mandar la inteligencia y el patriotismo. La fusión supondría un inmenso recorte del gasto público. ¿A qué esperar? ¿Pueden primar las actitudes egoístas de unos pocos frente al bienestar de cientos de miles de personas? Pensamos que no, y de ahí nuestra reiteración.