LOS UTÓPICOS, el socialismo real, los "perestroikos", los socialdemócratas, los social-liberales o de la tercera vía... todos ellos han tenido como objetivo común el bienestar social, apoyar y defender de manera decidida a las clases más desfavorecidas. Para lograrlo se hizo esta o aquella revolución, y para eso sí afinamos un poco el pensamiento, la guerra civil española y tal vez las dos grandes guerras europeas. Esa era su filosofía, su razón de ser, lo que los identificaba y diferenciaba de los neoliberales, los que se arropaban con las leyes del valor de cambio, con dejar hacer, puesto que la mano negra del mercado ponía las cosas en su sitio sin más ambages ni componendas económicas ni economicistas.

¿Y ahora dónde la diferencia entre unos y otros? Esta es nula. Sólo existe una línea tangencial que une lo que llaman derechas o "neocon" con lo que llaman socialismo o izquierdas o lo poco que queda de esa ideología. La diferencia se ha diluido y forman ya un solo cuerpo, una única estructura política-económica donde por más que se digan palabras justificativas, rimbombantes y de pseudoenjundia política en la búsqueda del discurso perdido, esas quintaesencias farragosas no sirven, no dicen. La posición ante la dinámica de la economía incontrolada es la misma. Y ¿por qué? Sencillamente porque están en manos del mercado. El mercado es el tótem, el que hace y deshace y los gobiernos y, sobre todo, los socialistas bailan al son, y como comparsas no saben qué hacer, qué decir, y es la contradicción lo que se instala a su alrededor un día sí y otro también.

Cuando se instaura la crisis, allá por el 2008, se abogó por actuar mediante una política desaforada del gasto público porque con ello se apuntalaría el Estado del bienestar, así como los logros sociales, y de esa manera, por lo menos, los gobiernos socialistas seguirían teniendo algo de credibilidad. En definitiva, se optó por resucitar a Keynnes, y como los bancos estaban con el agua al cuello había que ir a su rescate para que no se desmoronara el sistema, eso sí, con el dinero de todos se inyectaron miles y miles de millones de euros y dólares, se persiguieron los paraísos fiscales y se estableció una endiablada lucha en contra de los especuladores que campaban a su anchas por falta de vigilancia y control por los gobiernos de turno.

Se intentó desmantelar las malas artes financieras y falta de ética y así regenerar las políticas financieras y dejar fuera de combate al mercado. Parecía que las políticas se habían salvado, las proclamas socialistas no habían naufragado del todo y cortándole los remos al barco de los especuladores como que la nave del mundo, de los dineros del mundo, navega mejor y con acertado rumbo. Se había vencido, o parecía se había vencido, al mercado. Este estaba contra las cuerdas y los pobres seguirían estando protegidos y los ricos, al fin, machacados.

Pero se ha vuelto al inicio, al gran atasco y estar de nuevo a expensas y dependencia del mercado de manera que las autoridades, tanto las norteamericanas y europeas como las de los países emergentes, vuelven a arrodillarse ante la fuerza del mercado y lo que se pretende, como salida desde las altas cúpulas financieras, es ir en contra del euro, desnaturalizarlo y ponerlo en rebaja frente al dólar; lo cual, si lo pensamos, quiere decir mucho y no muy halagador que digamos.

La revancha del mercado choca frontalmente con la política de los socialistas porque lo que están pregonando y ejecutando es austeridad, ajuste sobre ajuste, desmantelamiento de las protecciones y la paulatina y continua destrucción de los servicios públicos hacia las manos de aseguradoras y entidades privadas. O sea prevalencia en escaso periodo de tiempo de lo privado ante lo público. Una vuelta hacia un thacherismo y reaganismo trasnochado, echando por tierra las palabras de Zapatero cuando en 2004 dijo que gobernaría para los más débiles, y así reiteró en 2008 que gobernaría pensando en los que no tienen de todo. Y ahora en 2010, ¿qué? Su discurso, volteado y aún no concluido, traducido en el desangre a cinco millones de pensionistas, mortificando a más de tres millones de funcionarios y orillando en el descuido a cientos de miles de ancianos necesitados de asistencia. En fin. La gran contradicción y fracaso ante el que manda: el mercado.

Y ante este caos y desajuste social y desmantelamiento del Estado del bienestar por parte de los gobiernos socialistas europeos, el griego, portugués y español, ¿qué hacer ante la vorágine incontrolada y al acoso financiero, donde sus discursos se han quedado sin palabras porque las preguntas no obtienen respuesta? Por lo que nos dejan ver, poco o casi nada. Gestionar la miseria, desafiando a lo imprevisto, desafectados de sí mismos, oscuros en el pensamiento y buscando entre las tinieblas de su ofuscación alguna luminaria y deseando, creo, que la fuerza y emboscación del mercado no nos conduzcan a la incertidumbre donde empecemos a hablar de misiles que apuntan y de controles no ya sólo personales, sino continentales.

Así las cosas y visto lo visto del socialismo, apenas queda nada, de ahí se recicla o renace de sus cenizas porque lo que lo definía e identificaba el mercado se lo ha tragado y no se han dado cuenta.