EL FILÓSOFO suizo conocido como Teofrasto Paracelso, que vivió hace más de quinientos años, dijo que "nada es veneno, todo es veneno, depende de la dosis". Pues bien, aplicando esta frase podemos decir que un vaso de vino es saludable, pero si nos obligan a beber treinta vasos seguidos, probablemente, no lo soportaríamos. Asimismo, una aspirina calma el dolor, cincuenta nos matarían. Incluso el peligroso arsénico no nos perjudicará si no tomamos la cantidad suficiente. En resumen, según la cantidad que se tome, lo beneficioso se vuelve perjudicial, y viceversa.

La anterior reflexión está motivada por la desmesurada estancia en el territorio español de extranjeros inmigrantes que residen en nuestro país.

Efectivamente, según estadísticas difundidas recientemente por Eurostat, que es la oficina de estadística comunitaria, los extranjeros residentes en España suponen ya el 12,3% de la población, es decir, casi el doble de la cifra de toda la UE, que viene a ser un 6,4%.

Según las estadísticas difundidas a fecha 1 de enero de 2009, en España residían 5,65 millones de personas con otra nacionalidad, de los que 2,27 millones (5% de la población) procedían de otro país miembro de la UE, mientras que los 3,38 millones restantes (7,4%) procedían de un país extracomunitario.

Estas cifras absolutas indican que España es, después de Alemania (con más de siete millones de extranjeros), el país de la UE que más residentes foráneos acoge, seguido del Reino Unido, Francia e Italia.

Esta abultada cifra es la consecuencia de una errónea política que el Gobierno ha tenido para con la inmigración, tanto la legal como la irregular. Aquella fórmula de "papeles para todos" ocasionó que a nuestro país acudieran inmigrantes de todos los continentes, cuyas consecuencias estamos pagando todos los españoles, ya que en España no hay trabajo para tanta gente.

Es cierto que el flujo migratorio ha disminuido notoriamente, aunque en los últimos meses ha vuelto a repuntar. También es cierto que a causa de la crisis económica que afecta a España y la consiguiente dificultad para encontrar un trabajo, muchos inmigrantes se han visto obligados a regresar a sus países de origen. A pesar de ello, todavía es excesivo el número de residentes extranjeros en nuestro país.

Independientemente de los sentimientos racistas y xenófobos que cada uno de nosotros pueda albergar, que los hay, es evidente que cuando observamos en los telediarios la llegada de magrebíes o subsaharianos en pateras o cayucos, así como de sudamericanos, europeos extracomunitarios, asiáticos, etc., fluctuamos entre el sentimiento humanitario de querer ayudar a quien es obvio que lo necesita y el egoísmo propio de quien no quiere renunciar a un puesto de trabajo, o teme perder el que tiene. Y estamos hechos un lío, porque por una parte nos solidarizamos con ellos pensando en su triste situación, pero por otra parte pensamos que donde ahora son cinco millones, puede que mañana sean ocho millones y pasado mañana, quién sabe. ¿Y qué ocurrirá entonces?

Es evidente que no podemos seguir así, recibiendo el tropel de personas que continuamente acuden a España huyendo de una mala situación para acceder a otra peor, que además pasa por el desarraigo, porque la capacidad de acogida en nuestro país tiene un límite y tenemos cinco millones de parados.

El Gobierno ha repetido hasta la saciedad que el envejecimiento de la población en España impondrá la necesidad de acoger a varios millones de inmigrantes, que el futuro de nuestras pensiones depende de esos millones de inmigrantes que vendrán a hacer el papel de los hijos que no hemos tenido. El problema puede venir si necesitamos cinco millones -que ya los hay- y vienen quince (no olvidemos que en África viven unos mil millones de personas de las cuales la mayoría raya en la más absoluta pobreza). Y mientras tanto, el mal llamado "mundo civilizado" sigue con sus boatos, congresos, reuniones, cumbres y demás, mientras hace oídos sordos a las necesidades de miles de millones de seres humanos que, por las causas que sean, se ven obligados a buscar una nueva forma de invasión que les permita mirarse con dignidad al espejo.

Pero mientras no se llegue a una solución a nivel mundial tendremos que seguir recordando a Paracelso y no ver bondad o malicia en la inmigración que nos está llegando, sino en la dosis que tomemos de ella.